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El jovencito Frankenstein

🌟🌟🌟


La verdad es que nunca me hizo gracia “El jovencito Frankenstein”. Recuerdo que la vi de jovenzuelo porque el impulso cinéfilo era ecuménico y devorador y me pareció una payasada sin más hallazgo que el chiste de las aldabas. Un chiste con el que te partes el culo, sí, pero que a los lectores habituales de “El Jueves”, acostumbrados a un humor mucho más bestia, nos parecía más bien como de patio de colegio: las aldabas, sí, o las domingas, o las brotas, como decía un conocido mío que a saber dónde andará. 

He tardado más de treinta años en volver a ver la película. En parte porque mi recuerdo decepcionado no terminaba de borrarse, y en parte porque he estado muy liado todos estos años, con otras pelis, y con varios desamores, y con muchas aventuras nacionales y europeas del Real Madrid. Han sido treinta años muy densos, moviditos, plenos de experiencias que un escritor talentoso y concienzudo, uno al estilo de David Sedaris, podría convertir en novelas de éxito y pasaportes hacia la fama.  Pero como no es el caso, sigo viendo películas noche tras noche hasta que se me aparezca la Virgen María o pasen las Musas de visita. Y claro, de tanto ver estrenos y reestrenos, al final se me coló de nuevo “El jovencito Frankenstein”, tan recordada en los podcasts de los cinéfilos como una pelicula cojonuda y rompedora.

Hoy he vuelto a verla y reconozco que me he reído más de una vez. En concreto dos, porque no me acordaba de su final maravilloso: de esa mesa de operaciones donde el Dr. Frankenstein y su monstruo intercambiaban un trozo de cerebro por un trozo -considerable- de miembro viril. Cómo se me pudo haber olvidado este chiste tan cercano a mi sensibilidad... Porque es más que un chiste: es un planteamiento filosófico. Una disyuntiva que te retrata como hombre: ¿ser un lerdo con un superpoder en la entrepierna? ¿O ser un poeta que se apaña con la media nacional? ¿Qué es lo que prefieren las mujeres? Ay, si uno supiera...





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Larry David. Temporada 4

🌟🌟🌟🌟🌟

Larry David me cae de puta madre aunque sea millonario. El día que los soviets de California tomen el Palacio de Invierno y los palacetes de verano, yo intercederé por él ante mis camaradas. Porque Larry se ha currado su vidorra de verdad. Se la merece. Él no es un empresario al uso, un cerdo capitalista con sombrero de copa y habano Montecristo. No es un hijo de puta que ha amasado su fortuna explotando a los trabajadores. No se merece picar piedra en el desierto de Mojave. 

Larry es un tipo legal, ingenioso, mi superhéroe del humor. El espejo cachondo en el que me veo reflejado. A Larry se le ocurrió una idea genial, la compartió con Jerry Seinfeld y juntos crearon la mejor telecomedia de todos los tiempos. Ése es todo su pecado. Todos los dólares que le lluevan encima son pocos. Cuando a los demás ricachones los expoliemos, a él le dejaremos tranquilo en su chalet viendo los deportes por la tele.

Porque, además, si yo fuera millonario, sería como él. “If I were a rich man...” En cierto modo él es un quintacolumnista del proletariado. Un millonario sin alma de ricachón. Él va que chuta con una camiseta y un pantalón prêt-à-porter. Sólo se viste de etiqueta cuando su esposa se lo pide o cuando tiene que venderle un nuevo proyecto a la HBO o a la NBC. Yo eso lo entiendo. La vida te demanda cosas, te exige sacrificios para follar o para agradar a tus superiores. Yo también tengo ropa medio sofisticada en el armario para las grandes ocasiones... Es verdad que mis amantes me obligaron a comprarla, pero la tengo.

Larry prefiere un hot dog en el estadido de béisbol a un plato sofisticado en el restaurante más pijotero. Ya digo que es un poco como yo, que también prefiero un buen kebab a una “experiencia” en el "Diverxo" de los cojones. Y si yo estuviera forrado como él también jugaría al golf los domingos por la mañana. No se lo echo en cara. Me flipa ese deporte. Es la mezcla ideal entre el paseo campestre y el ejercicio de precisión, y de templanza. Me pasaría horas en los campos, aprendiendo, disfrutando, jugando a ser el clasista asqueroso que no soy. Espiando desde dentro a esa gentuza.




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