Mostrando entradas con la etiqueta Victoria Almeida. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Victoria Almeida. Mostrar todas las entradas

Joel

🌟🌟🌟


Uno de los comportamientos más extraños y menos animales del ser humano es la adopción de una criatura que no pertenece a nuestra sangre, que no lleva ninguno de nuestros genes. Dedicar tiempos, recursos, desvelos, al hijo de dos fulanos que nunca conociste y que seguramente nunca conocerás. Hacerle tuyo, entregarle la vida, convertirlo en heredero... Colgarle el apellido glorioso o ignominioso de tus antepasados.

Luego es verdad que hay hijos propios como cuervos e hijos adoptados como perretes. La sangre propia no garantiza nada: los hijos de la biología son tan impredecibles como los hijos de la legalidad. Ellos también son una lotería absoluta, un disparo al azar entre el fusil de los espermatozoides y la diana de las ovulaciones. Hay hijos biológicos tan extraños que a veces no los reconoces, e hijos adoptados tan afines que es como si los hubieras parido de verdad. Es un misterio. Más bien una absoluta casualidad.

Pero aun así, de entrada, la adopción tiene algo de comportamiento no evolutivo. Y además hay que asumir el riesgo de que el niño no sea como tú esperabas. Que no sume, sino que reste, como el polluelo del cuco. El temor a que la ilusión de los primeros días se transforme poco a poco en un arrepentimiento. Que el acto generoso se vuelva contra ti como un boomerang de los dioses traviesos. No suele suceder, pero a veces pasa. Yo conocí un caso muy sonado en La Pedanía, de casi salir en los periódicos. Y en esta película, Joel, el pequeñajo de la timidez extrema y de la cara inexpresiva, también amenaza con destruir el ecosistema familiar. Donde antes había un matrimonio bien avenido, casi sin fisuras, con la economía resuelta y los talantes acomodados, de pronto se abre una falla en mitad del pasillo como en “La guerra de los Rose”. Poca cosa, de momento, pero ya tarea para los albañiles matrimoniales que son los psicólogos y los terapeutas, los opinadores en general.

Joel iba a traer la cuadratura del círculo y de momento solo es un álgebra por resolver.





Leer más...

Días de pesca en Patagonia

🌟🌟🌟🌟

Nuestros hijos no nos deben nada. Nadie les pidió su opinión para concertar esta cita con la vida. Fuimos nosotros, y no ellos, los que dimos el gran paso. Y ya sé que a nosotros nos enredó el instinto o la necesidad...

Nuestros hijos viven su propia existencia y son muy dueños de querernos o de no hacerlo. De darnos las gracias o de ignorarnos cuando proceda.  La vida que les hemos insuflado puede ser un regalo, pero también una putada, y nunca vamos a estar seguros del todo. Así que es mejor no entrometerse en sus querencias. No forzarlas. El orgullo de ser padre es una suprema tontería, una gilipollez emanada del ego. Quererlos es un propósito instintivo y no tiene mérito ninguno. Hasta el más tonto hace relojes con esto, y por eso, porque ser padre es algo gratuito y universal, el amor de los padres no vale nada y puede ser devuelto con una carta de rechazo.

    Quizá por eso, porque su amor no viene condicionado y es libre y voluntario, cuando un hijo expresa su cariño es como si la vida nos sonriera y nos sintiéramos infinitamente compensados.

En “Días de pesca”, Marco Tucci es un alcohólico en rehabilitación al que le han recomendado que salga de Buenos Aires para tomar el fresco. Sin rumbo fijo, vagando por la Patagonia, decide ir a ver a su hija Ana, a la que hace dos años que no ve. Entre ellos hay un resquemor y una distancia. Un reproche implícito -y a veces explícito- sobre su conducta bochornosa en los tiempos del alcoholismo. Entre padre e hija hay más de una Patagonia de separación

Para no presentarse ante ella desnudo de intenciones, Marco Tucci finge interesarse por la pesca turística del tiburón, que es de lo poco que puede practicarse en aquellos parajes desolados. O es eso, o darse a la geología, o a la meditación profunda sobre uno mismo, mirando al horizonte infinito, cosa que Marco Tucci no tiene ni puta gana de practicar. Él ha ido a pescar un perdón, un gesto, un acercamiento. Un indicio de que su hija aún no ha roto del todo las amarras. De que los nubarrones del alcoholismo no borraron el tiempo feliz de los juegos y las nanas. 






Leer más...