Mostrando entradas con la etiqueta Zeppo Marx. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Zeppo Marx. Mostrar todas las entradas

Pistoleros de agua dulce

🌟🌟🌟


No te puedes fiar de nadie. Decía mi abuela que de lo que no veas, nada; y de lo que veas, la mitad. Ni siquiera te puedes fiar de Harpo Marx, que en realidad no era mudo, ni un salvaje de la vida. Él era, contra toda apariencia, el más cabal de los hermanos Marx, aunque eso era como ser el menos loco en el manicomio.

Viendo “Pistoleros de agua dulce” me acordé de la famosa sentencia de Alfred, el mayordomo de Bruce Wayne: “Algunos hombres solo quieren ver el mundo arder”. Y Harpo, en sus películas, es como un Joker travieso y bonachón. Harpo es el agente del caos en el reparto de papeles: el tipo que corta corbatas, incendia cortinas, desata cordones, putea al personal... El tipo de los bolsillos gigantes donde cabe todo lo robado. El gamberro sin objetivo ni beneficio: sólo hacer el gamberro, porque sí, porque le sale de dentro, porque no conoce otra manera de divertirse. Ver el mundo arder...

Harpo es el enviado de la entropía; el agente 007 de la termodinámica. Donde había orden y concierto, llega él y todo se pone patas arriba. Él es el agitador del cotarro, el kamikaze, el torbellino, el tarado de manual. Las cosas han cambiado tanto desde 1931 que hoy no se podrían rodar muchas de sus cafradas: a veces le da por agredir a policías, o por perseguir a mujeres despavoridas. Harpo es el azote de los ricachones, y el aguafiestas de los burgueses. También era la sonrisa de los niños.

Y sin embargo, ya digo, fuera de las pantallas, Harpo era el más juicioso de todos los marxistas. Ni siquiera se llamaba Harpo -que era por lo del arpa- sino Adolf. Aunque luego, para huir de asociaciones germanófilas, se rebautizara como Arthur. Harpo era el hermano del matrimonio feliz y los dineros estables. El hombre que acogía en su mansión a todos los animales abandonados que encontraba. El que adoptó cuatro hijos y jugó mucho al croquet mientras sus hermanos se entregaban al juego, al mujerío o a la botella. Harpo, cuando terminaba la jornada, contemplaba el océano desde la placidez de su jardín, sin la peluca de zangolotino.




Leer más...

Plumas de caballo

🌟🌟🌟


El otro día vino el amigo de hacer el Camino de Santiago, el Primitivo, por los bosques caducifolios, y me contó que en el albergue de Hansel y Gretel había coincidido con un grupo de treintañeras -guapísimas, estudiadísimas, procedentes de Madrid- que entablaron con él animada conversación. Mi amigo es de los que da confianza a las mujeres porque no se le enciende el rubor, ni tartamudea como un bobo. Se nota que está fuera del radar, fuera del mercado, y eso tranquiliza mucho y aposenta las miradas. También es verdad que él tiene más de 60 años, y que las guerras Clon, en su memoria, en las cicatrices de su cuerpo, ya son un recuerdo del abuelo cebolleta.

En un momento de la conversación, para meter risas y cuchipanda, él citó a Groucho Marx como quien cita a un conocido de toda la vida. Y ante su asombro de tipo leído y cinéfilo, ellas, las muchachas, le preguntaron que quién era Groucho Marx. Ya digo que eran estudiadas, y de Madrid, para nada extraterrestres o desnortadas. Pero no conocían de nada al tal Groucho. Ni les sonaba el nombre... El otro Marx sí, el comunista, dijeron, pero este, el humorista, que a lo mejor era familia de don Carlos, ni pajolera. Mi amigo les explicó, ellas asintieron, pero el abismo generacional se hizo tan grande que la conversación, aunque inocente y sin peligro, fue decayendo hasta que llegó el bostezo y la hora de dormir.

Mi amigo me lo contaba y yo no daba crédito a sus palabras. Para mí, como para él, los hermanos Marx son unos vecinos de toda la vida, ruidosos y cabestros. Unos primos gamberros que te tocan en suerte hasta el día que te mueres, liándolas pardas en las bodas, en las comuniones, en los partidillos de solteros contra casados. Salen en todas las fotos.La lían, incluso, en los funerales, porque no conocen el límite ni la vergüenza, tan odiosos como adorables. Hacen pedorretas en misa, o cambian as flores de sitio, o leen panegíricos absurdos sobre la figura del finado. Mientras les riñes te partes el culo... Los Marx son de la familia, jolín. Y esas muchachas -rectifico- de otro mundo..





Leer más...