La poesía es el último recurso de los feos. O de los
que no tienen ni un duro. El arma definitiva pero blandengue.
Una vez, en Instagram, un escritor de medio pelo entró
en mis territorios y me preguntó por mis motivos. Antes de responderle, me
aseguro que él escribía para embellecer el mundo y cantarle a la mañana. La
verdad es que parecía un poco gilipollas. Pero fuera del mainstream todos somos
un poco así: heridos y exagerados.
Yo le respondí que escribía para conquistar a la
mujeres y nada más, como el cartero de Pablo Neruda. Pero que luego, ay, por mi
torpeza y por mi falta de talento, me salían escrituras muy alejadas del tipo
molón y sensible que ahora triunfa en el negocio. Aquel tipo se quedó mudo y
se borró al instante como seguidor de mis teorías antropológicas.
Pero yo sé que tengo razón: los hombres guapos no
necesitan coger un bolígrafo o emborronar un documento de Word para conquistar,
por poner un ejemplo, a María Grazia Cucinotta. Les basta con ser, con estar,
con presentarse en sociedad. Con un guiño y un chascarrillo ya las tienen en el
bote. Lo del bote es una metáfora, creo. Como esas que le enseñaba Pablo
Neruda a su cartero en la isla volcánica.
Porque Mario Ruoppolo, el cartero, también pertenece a mi cofradía: de
guapo no tiene nada y parece incluso un poco lerdo. Y de dinero, pues eso, lo
justito: la casa, la despensa, los tres vinos en el bar... Una camisa nueva de
vez en cuando. Una modestia muy poco sexy. Nada que pueda impresionar a María
Grazia Cucinotta, que es la tía más buena del lugar. Una rareza botánica en el
país de los cardos. Una mujer destinada a dormir en camas con sábanas más variadas
y de mejor calidad.
Cuando la conoce y se le rompe el corazón, Mario, que es un poco analfabeto, pero tiene el instinto muy certero y afilado, comprende que su último recurso, su disparo a la desesperada, será conquistarla con la poesía. Sin haber leído a Gabriel Celaya, él también sabe que la poesía es un arma cargada de futuro.
Mario tiene la suerte de vivir al lado de Pablo Neruda
para que le aconseje. Yo, en cambio, lo voy aprendiendo todo solito, golpe a golpe,
y hostia a hostia.
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