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¿Cuántos años de salud le quedarán a Larry David? ¿Cinco,
diez? Hablo de salud creativa, claro, de ganas de proseguir. Es la que más me
interesa como espectador. La otra, la personal, ya la doy por rezada de sobra
con diez padrenuestros y cinco avemarías. Como cuando nos mandaban rezar en el
colegio por el alma del beato Marcelino Champagnat, para que alcanzara la
santidad en el Vaticano, y mira si la logró.
No paro de preguntarme por los achaques de Larry David
mientras vero la 11ª temporada de su show. Yo, la verdad, a falta de otras
opiniones -porque nadie ve su serie en mi círculo cercano, ni tampoco en el
alejado- le veo bastante bien. Me fijo mucho cuando camina por la calle, que es
donde podría notarse el encorvamiento o el envaramiento. Pero nada. ¡Joder!: casi camina más erguido que yo, el tío palo de
las narices. Se le ve ágil y fibroso. Lúcido. Sus frases están en el guion,
claro, pero él las dice con los ojos chispeantes, y el gesto relajado. Larry
está bien. Muy bien, diría yo.
También me fijo mucho en las escenas de restaurante, que en
su serie se suceden casi de continuo. Larry sigue con la ensalada, con la
fruta, con las carnes a la plancha... Eso es lo que yo como “además de”, y no
“en vez de”. Debería ser él quien se preocupara por los años que me quedan de
salud, y no al revés. Él, Larry David, quien tendría que preocuparse si su
único espectador en La Pedanía y alrededores, que es un mercado raquítico, casi
unipersonal, pero muy simbólico para la HBO. Una pica en el inframundo. En el
noveno episodio, Larry prueba el goulash en un restaurante recomendado y decide
que ésa no es comida para él. Así está de fino y de saludable.
Pero algo pasa con Larry... Algo seguramente no grave pero
que anuncia la decadencia. Ya nunca le vemos en la cama haciendo escorzos en
las señoras, ni tampoco golpeando la bola de golf cuando se junta con los
amigotes. Sospecho, a pesar de sus andares, que algo no va bien con su espalda.
Y la espalda es el talón de Aquiles de los ricachones, con tanto swing y tanto
birdie. Por ahí, quizá, empiece su declive.
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