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El episodio 10x7 de “Larry David” se titula “The ugly section”.
Habla de un restaurante en Beverly Hills donde los clientes son asignados al
ventanal o al interior en función de su belleza física. Los guapos y las guapas
disfrutan de vistas a la calle y del sol radiante de California; los feos, como
nuestro querido Larry y su panda de amigotes, son relegados a mesas interiores,
apartadas y apretujadas, donde la iluminación se regatea y el camarero atiende
con su sonrisa menos verosímil.
La primera vez que Larry entra en el restaurante tarda dos
minutos en darse cuenta de este apartheid fenotípico. De esta discriminación de
la clientela. No es racismo, pero casi. Larry se lo hace ver al maître, pero el
maître niega cualquier política empresarial: “Es solo casualidad -le responde-. No me fijo
en esas cosas. ¡Bienvenidos a Tiato!” Larry, obviamente, no se lo traga, y al
día siguiente regresa en compañía de una mujer hermosísima para hacer dudar al
mentiroso. El castigo de su osadía, de su tocapelotez, será un nuevo destierro
a las zonas interiores, donde Larry se quejará amargamente y prometerá justa
vendetta. Así son, más o menos, todos los episodios de esta serie inobjetable,
que soy el único en ver -creo- en 86 kilómetros a la redonda.
Y sé que son 86 kilómetros exactos porque esa es la distancia
que me separa de la civilización, a diestra y siniestra. Lugo y León. Lo sé
porque en Love App hablo con mujeres de ambas ciudades, tan remotas como
Coruscant, y ellas jamás han visto la serie, ni la conocen, ni saben quién coño
es Larry David, ni “Seinfeld”, ni ninguna
sitcom americana que no pertenezca al mainstream de la FDF. Estoy condenado.
Da igual: lo que yo quería decir es que Love App también es un
restaurante de Beverly Hills que nos coloca en nuestro sitio por las pintas. Y que
aquí, el maître, no tiene ninguna responsabilidad, ninguna mala intención. Somos
como somos, y punto. Es la ley de mercado. Las quejas, al Creador. Yo, de
momento, sigo esperando en mi rincón oscuro, haciendo tiempo con el móvil, a
ver si se presenta alguna damisela que me invite al ventanal, y luego me saque
de aquí.