Colgados en Filadelfia. Temporada 2

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En la segunda temporada de sus andanzas, los colgados en Filadelfia han comprendido que en la vida de un treintañero hay algo más que sexo. No todo va a ser follar, que cantaba Javier Krahe. También hay que hacer recados, y limpiar el cuchitril, y hacer tiempo en las consultas de los doctores. Las jodiendas del vivir, en defniitva, que antes ocupaban un tiempo marginal. Y entre ellas, la más importante de todas, ganar dinero. Porque los colgados no montaron su pub irlandés para hacer negocio, sino solo para ligar. Para que Mahoma no tuviera que ir a la montaña de otros garitos donde dejarse el dinero en copas  y el estómago en garrafones, sino para que fuesen las montañas de Filadefia, tan guapas y resaladas, las que vinieran a su Mahoma para jugar a las sonrisas y al flirteo.


    Su pub, que está montado con el kit básico de los pubs americanos, da lo justo para vivir, para ir reparando las cuatro bombillas y cumplir con los impuestos del ayuntamiento. Es por eso que los colgados tendrán que emplear su malévola estupidez -por no decir su deshonestidad, y su cara de cemento armado- para engordar sus cuentas corrientes. Si la vida es un avión con dos motores, el viaje de estos cachondos iba bastante escorado hacia el sexo, peligrosamente volcado hacia el desastre. Así que ahora, en los nuevos episodios, sin despistarse de cualquier oportunidad , estos impresentables le van a meter caña al otro motor para enderezar el rumbo. Usarán sus malas artes para sacarle un dinero a cualquier ocurrencia que cruce por su meninges. Con nulos resultados, of course...
 
    Y si por un casual asoma un prurito de moral o de decencia en sus conductas, ahí está el personaje de Danny DeVito para dar testimonio -como padrazo que es, y como tipo baqueteado por la vida que presume- de que en el amor, como en la guerra, o como en los trapicheos de trastienda de bar, casi vale cualquier cosa.

    Una comedia modélica sobre personajes impresentables.