Calle 54

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Al principio de Calle 54, Fernando Trueba cuenta que se enamoró del jazz latino a comienzos de los años 80, cuando un amigo suyo le regaló un disco y con él sembró la semilla de una afición que con el tiempo se convirtió en árbol frondoso y ramificado. 

    Porque esto del jazz latino, como el jazz norteamericano, es una música que en realidad son mil músicas al mismo tiempo, difícil de acotar o de definir. Aquí se mezclan los ritmos africanos con los cubanos,  los brasileños,  los que vinieron de Nueva Orleans, y te sale un menú con ensaladas de todo tipo: desde dúos para piano y violonchelo que parecen sacados de un repertorio de música de cámara,  hasta esas orquestas sandungueras y superpobladas que todos conocemos de las películas ambientadas en Miami, con tipos de camisas floreadas que tocan la hostia de trompetas, de trombones, de timbales y de platillos, y que te ponen la cabeza como un puto bombo mientras las caderas se menean un poco sin control, como si estuvieras en la discoteca para divorciados.

    Si te gusta el jazz latino, Calle 54 es una obra maestra que figurará en tu videoteca hasta el día de tu muerte, o de tu sordera definitiva. Aquí se dan cita -si hacemos caso de Fernando Trueba, que es el que sabe del asunto y ejerce de evangelista- lo más granado del panorama internacional: la crème de la crème de estos ritmillos, o al menos la que permanecía viva y coleando cuando se rodó esta película. Pero si no te va la vaina de los latinos y sus trompetas, si piensas que esta música se parece demasiado a la Orquesta Maravilla que toca en las fiestas de tu pueblo, y te vienen sinestesias de fritanga de churrería y de caca de las vacas, te aburrirás como un tontaina, como un cinéfilo engañalo por la publicidad. Porque Calle 54 es exactamente eso: un programa de actuaciones musicales del sábado por la noche, uno de José Luis Moreno pero sin José Luis Moreno, y sin humoristas lamentables, sólo jazz latino, con Fernando Trueba como maestro de ceremonias que hace los panegíricos y luego toma la cámara para filmar a estos fulanos que se entregan en cuerpo y alma, a lo suyo, a su instrumento, a su melodía interior, con una devoción infinita que al final -al menos en mi caso- termina por arrastrarte.