Mira lo que has hecho. Temporada 2

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A los que somos bertorromeristas de toda la vida, la primera temporada de Mira lo que has hecho nos pareció el coitus interruptus de su mordacidad. Berto es un tipo que lleva gafotas, que habla con mansedumbre, que sonríe con simpatía casi de misionero, pero en realidad es un destroyer de la comedia, un humorista del lado oscuro de la risa. Pero en Mira lo que has hecho parecía Emilio Aragón ajustándose las gafas en Médico de familia, una versión desleída y tontorrona de sí mismo, un cómico travestido de buenrollista roussoniano.

    Humorista de familia parecía aquello de Berto, con cuñados que pululaban, niños que daban por el culo y abueletes que en el trance de morirse se ponían filosóficamente cascarrabias o cascarrábicamente filosóficos. Daba un poco de grima, en cualquier caso. A la primera temporada de Berto sólo le faltaba la criada andaluza y las mil puñaladas publicitarias que le hubiesen asestado en las cadenas privadas. Había un puñado de buenos chistes, claro, porque Berto, diluido, sigue conservando algo de Berto, pero creo recordar que algunos, en la tertulia de los amigos, llegamos a decir que ante esa pastelada de parturientas en ciernes, bebés que lloraban y padres enmierdados entre pañales, nos lo íbamos a pensar dos veces antes de ver la segunda temporada que Movistar + ya anunciaba tras el “éxito” de la primera.



    Pero no había nada que pensar, claro. Del mismo modo que John Benjamin Toshack se bajaba los pantalones y alienaba otra vez a los mismos “once cabrones” del domingo anterior, nosotros, los fans, hemos vuelto a conceder una oportunidad a Berto Romero y compañía. Y ha merecido la pena, la verdad, porque esta segunda temporada ya tiene otro color, otra acidez más agradecida para el espectador no mainstream, no antenatresiano, no telecinquero, que no sé por quién coño nos habían tomado en la primera. Nosotros pagamos una cuota mensual para no tener que ver, precisamente, Médico de familia, ni zarandajas similares.

    Berto y sus compadres, y sus comadres, se han puesto las pilas en otra comedia más corrosiva, menos complaciente. El embarazo de los mellizos sólo es el mcguffin que sirve para hacer chistes, y sangres, y mordaces crueldades, sobre la crisis de los cuarenta, la masculina y la femenina, ahora que llegan las canas en los cojones, las tetas que desgravitan, las arrugas de Gizeh, la meada a las cuatro de la mañana, la percepción amarga de que continúa la fiesta de la vida, pero que ya estamos jugando la segunda mitad del partido.