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Bajo terapia

🌟🌟🌟

Lo mismo en la realidad que en la ficción, cualquier pareja que acude a una terapia de ídem sabemos que está condenada. Les vemos entrar en la consulta con cara de cabreados o de compungidos y nos decimos: “¡Pobrecitos!. Qué poco les queda ya...”.

Hay parejas que se deshacen en la propia consulta y otras que cogen oxígeno para seguir chapoteando unos cuantos meses más antes de ahogarse. El amor no funciona con remiendos ni con componendas. Con trucos psicológicos. Las palomas de Skinner no tienen nada que ver con las mariposas en el estómago. No hay pegamento que una los huevos rotos. Cualquier pequeño terremoto volverá a separar lo que el hombre (y la mujer) desunió. 

La única solución sería dejar de llamar amor a lo que ya no lo es: conformarse, quizá, con un sentimiento menos elevado, más práctico, algo de andar por casa. No hay que amarse como Romeo y Julieta para ir tirando por la vida en compañía. Pero las parejas que van a las consultas quieren recobrar la llama, el entusiasmo, la juventud... La potencia sexual, la rosa diaria, el aliento mentolado, la tersura de la piel.

Pero eso, ay, es una película de ciencia ficción. 

En la vida real sucede tres cuartos de lo mismo, pero los psicólogos, obviamente, no te lo van confesar. De algo tienen que vivir. Ellos venden terapias de pareja como otros venden crecepelos o ideas para emprendedores. Es todo mentira. Ya dijo Woody Allen en “Recuerdos” que el secreto de una buena relación reside en la suerte. La chiripa de coincidir y luego ir desgastándose muy poco a poco. Todo lo que es forzado, trabajoso, impostado, no funciona. Además, qué coño: tampoco pasa nada porque el amor se extinga. Siempre habrá otro que venga a devolver la ilusión. Transitoria, sí, pero ilusión. Y por tanto, mágica.

De “Bajo terapia” no se puede contar gran cosa porque tiene un final sorpresa. Muy del agrado del mainstream feminista. Yo estuve una vez en una terapia de pareja y no tuvo nada que ver con este experimento de la película. Lo cuento en mi autobiografía. Es un capítulo muy chulo, la verdad. Ahora me río, pero entonces jo...







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El otro lado

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Si mi hermana fuera actriz yo seguiría viendo a mi hermana en la pantalla, pero no a sus personajes. Da igual que interpretara a la Josefina de Napoleón o la duquesa de Alba, porque yo seguiría pensando: “Anda, mira, mi hermana, haciendo de emperatriaz o de aristócrata medio lela...”. Quiero decir que la familiaridad chafaría la suspensión de la incredulidad, que es la base psicológica de cualquier inmersión afortunada. Si mi hermana hubiera trabajado en “Thelma y Louise”, para mí hubiera sido “Thelma y mi hermana”, o “Mi hermana y Louise”, una película muy diferente a la que vieron el resto de los mortales, y de las mortalas.

Digo esto porque Andreu Buenafuente y Berto Romero son mis hermanos de la radio, y de los late nights ya extinguidos, y cuando les veo en una ficción haciendo de no-ellos no puedo olvidar que están tratando de disimular. Aunque lo hagan muy bien, como sucede aquí: Andreu haciendo del doctor Jiménez del Oso (pero sin barba) y Berto interpretando al Llewyn Davis de Iker Jiménez. No me los creo por una cuestión fraternal, de contacto casi semanal a través del “Nadie sabe nada”, no porque ellos no se lo curren, que se lo curran. Porque además tienen tablas, y un saber estar, y una coña marinera muy reconfortante, y tratan de diversificarse ahora que al humorismo crítico con el sistema ha sido desterrado de Movistar + y de las televisiones generalistas. 

Y eso que ellos, mis hermanos catalufos, son dos pedazos de pan que apenas lanzaban miguitas indoloras en sus ocurrencias.

“El otro lado” está bien como está: 6 episodios justos y a otra cosa, mariposa. La historia de las casas encantadas ya huele tanto como el heteropatriarcado maltratador. No hay serie que se libre de recordárnoslo (que sí, coño, que hay orangutanes muy bestias entre nosotros). Ni siquiera Irene e Ione habrían imaginado un guion en el que el cerdo machista lo sigue siendo después de la muerte, ya transfigurado en espíritu demoníaco. Qué fuerte, tía. 




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Mira lo que has hecho. Temporada 3

🌟🌟🌟

Si hubieran emitido la tercera temporada de Mira lo que has hecho en el prime time de Tele 5, pues a callar. Yo mismo me lo hubiera buscado, por mirar donde no debía. En según qué sitios, y a según qué horas, ya somos todos mayorcitos y sabemos lo que hay. Lo mismo si encendemos la tele que si salimos de alterne, o vamos a determinados campos de fútbol. La queja se vuelve improcedente, y retórica, y nadie con dos dedos de frente va a seguirnos el rollo plañidero.

    Lo que pasa es que el alter ego de Berto Romero hace comedia en Movistar +, que es una plataforma de pago, y supuestamente de qualité, alejada del gusto popular. Uno, en los viejos tiempos, se abonó a Canal + porque allí no había Médico de familia, ni Farmacia de guardia, ni cosas así. En el Plus daban Seinfeld, y Frasier, y películas raras que además subtitulaban con mucho acierto. Y el porno de los viernes, sí… Yo nací pobre y proletario, y luego, con los estudios, tampoco pude dar el salto a un estrato superior, pero lo del Plus sí podía pagarlo, y así auparme a esa otra jet set -la cultural- que exigía más con los contenidos y se veía liberada de los anuncios publicitarios.



    Pero eso era antes, en los albores de las plataformas, cuando Canal + se bajó del árbol para explorar la sabana. La primera temporada de Berto -porque esto es “la serie de Berto”- era comedia ocurrente, malhablada, con un toque gamberro. Y los marginales de toda la vida nos enganchamos, claro. Porque además somos muy de Berto, muy de su rollo radiotelevisivo, que se decía antes. Pero marginales-marginales ya debemos de ser muy pocos, incluso aquí, en la aldea gala que antes resistía. Que sigamos pagando una cuota mensual ya no nos protege de que las producciones de Movistar + tengan todas su abuelete, y su abuelita, y sus niños dando por el culo, y su criada andaluza que aquí ya estaban a punto de contratar. Y su toque lacrimógeno, por supuesto, para que la comedia pura, loca, a tumba abierta, no le quite prestigio a la cadena.

    Queda la duda de si esto es decisión propia de Berto Romero o si los ejecutivos que están por encima de él, temiendo perder abonados, han apostado por la fórmula “Tele 5” para enganchar a los que, paradójicamente, huíamos de ella. Un despropósito, en cualquier caso.



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Mira lo que has hecho. Temporada 2

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A los que somos bertorromeristas de toda la vida, la primera temporada de Mira lo que has hecho nos pareció el coitus interruptus de su mordacidad. Berto es un tipo que lleva gafotas, que habla con mansedumbre, que sonríe con simpatía casi de misionero, pero en realidad es un destroyer de la comedia, un humorista del lado oscuro de la risa. Pero en Mira lo que has hecho parecía Emilio Aragón ajustándose las gafas en Médico de familia, una versión desleída y tontorrona de sí mismo, un cómico travestido de buenrollista roussoniano.

    Humorista de familia parecía aquello de Berto, con cuñados que pululaban, niños que daban por el culo y abueletes que en el trance de morirse se ponían filosóficamente cascarrabias o cascarrábicamente filosóficos. Daba un poco de grima, en cualquier caso. A la primera temporada de Berto sólo le faltaba la criada andaluza y las mil puñaladas publicitarias que le hubiesen asestado en las cadenas privadas. Había un puñado de buenos chistes, claro, porque Berto, diluido, sigue conservando algo de Berto, pero creo recordar que algunos, en la tertulia de los amigos, llegamos a decir que ante esa pastelada de parturientas en ciernes, bebés que lloraban y padres enmierdados entre pañales, nos lo íbamos a pensar dos veces antes de ver la segunda temporada que Movistar + ya anunciaba tras el “éxito” de la primera.



    Pero no había nada que pensar, claro. Del mismo modo que John Benjamin Toshack se bajaba los pantalones y alienaba otra vez a los mismos “once cabrones” del domingo anterior, nosotros, los fans, hemos vuelto a conceder una oportunidad a Berto Romero y compañía. Y ha merecido la pena, la verdad, porque esta segunda temporada ya tiene otro color, otra acidez más agradecida para el espectador no mainstream, no antenatresiano, no telecinquero, que no sé por quién coño nos habían tomado en la primera. Nosotros pagamos una cuota mensual para no tener que ver, precisamente, Médico de familia, ni zarandajas similares.

    Berto y sus compadres, y sus comadres, se han puesto las pilas en otra comedia más corrosiva, menos complaciente. El embarazo de los mellizos sólo es el mcguffin que sirve para hacer chistes, y sangres, y mordaces crueldades, sobre la crisis de los cuarenta, la masculina y la femenina, ahora que llegan las canas en los cojones, las tetas que desgravitan, las arrugas de Gizeh, la meada a las cuatro de la mañana, la percepción amarga de que continúa la fiesta de la vida, pero que ya estamos jugando la segunda mitad del partido.



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Mira lo que has hecho

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En una entrevista promocional, Berto Romero, el gran Berto -como aquel cañón enorme de la I Guerra Mundial, el Gran Berta- defiende que su serie comienza donde terminan las otras comedias románticas. Que más allá de la boda, de la reconciliación definitiva, del gran polvo que sella el armisticio en la cubierta del portaaviones, son muy pocos los que se aventuran en el terreno pantanoso de la convivencia. Como si el amor terminara justo ahí, donde las películas y las series ponen el The End, y lo otro fuera una puta miseria que ya no merece tal nombre. Más bien una sarta de eufemismos que enmascaran el conflicto y la decadencia, la rutina, y el día a día. El ir-acostumbrándose-a-las-manías-y-a-los-defectos-del-otro. Y la crianza de los hijos, claro, que tiene muy poco de romántico, y es en cierto modo el fin del engaño, y del autoengaño, la trampa que nos esperaba al terminar el último trozo de queso.

    Mira lo que has hecho se atreve a dar ese paso. Se aventura en los lodazales donde la pareja ya no folla ni tiene ganas de intentarlo. Es el tiempo de ir a toda hostia a cualquier lugar, medio dormido, medio zombi, con el bebé a cuestas, en el carrito, en el coche, en el maxi-cosi, como en esas novatadas universitarias que te obligan a ir todo el día paseando a una oca de la correa. Mira lo que has hecho es como empezar a ver Catastrophe por la segunda temporada, pero sin las cuchipandas ni jolgorios de la primera. Catastrophe, además, que podría ser un referente temático de Mira lo que has hecho, juega en otra división, en otra categoría. Es una comedia en el sentido estricto de la palabra. Los personajes son como usted y como yo: buenos, pero malos; nobles, pero rastreros; generosos pero egoístas. Y a veces ni siquiera eso. Son imperfectos pero creíbles. Cínicos pero humanos.

    El Gran Berto defiende, en esa misma entrevista, que su producto no va a caer en la ñoñería del “to er mundo e güeno”, pero resbala varias veces en ese charco maldito, y sale con el culo manchado de agua sucia. Hay comedia, sí, y a veces comedia de la buena, curiosamente cuando la historia se desplaza a los tiempos pretéritos de la pareja, que eran los que no venían a cuento en su serie. Pero todo lo demás sale como ranciuno, como noventero, y tiene un aire a telecomedia familiar de cadena privada de las de no pagar, con sus abueletes, sus cuñados, sus niños pesados… Sólo falta la criada andaluza que suelta refranes entre sartenes. La familia al completo, vamos, ésa que pinta el “gran fresco” de las relaciones conyugales, pero que queda tan ridícula como la familia de Carlos IV en el cuadro de Goya.





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