Juego de Tronos. Temporada 7

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Decía un personaje de Michel Houellebecq que el envejecimiento no es una cuesta abajo progresiva, tendida como una carretera que desciende el puerto de montaña. La decadencia del cuerpo se produce a saltos, por escalones, de tal modo que una noche te sientes todavía joven, vigoroso, y a la mañana siguiente, tres horas de mal sueño han sumado de sopetón cinco años a tu rostro: surcos que ya formarán parte perenne del paisaje, canas bien arraigadas, baldíos donde ya nunca crecerá la hierba… Como si una cuadrilla del ayuntamiento hubiera hecho labores nocturnas y se hubiera retirado sigilosamente antes de despertarte. Lo que ayer todavía era una juventud sostenible y madura, de pronto se ha convertido en la edad verdadera, en la fotografía no manipulada de tu realidad. La gente lo achacará a que andas de resaca, o de depresión, o muy mal follado por los garitos, una mala racha que tarde o temprano habrás de remontar. Pero se trata, simplemente, de la edad, la que ya te tocaba cumplir pero habías esquivado con mucha suerte en los últimos cumpleaños, todavía instalado en un tiempo de vida engañoso y horizontal.


    Yo mismo, para corroborar tal teoría, cumplí siete años de golpe en mi último aniversario, y casi me parto los morros al bajar el escalón.  Lo del cuerpo me da un poco igual, porque siempre he tenido una relación muy distante con él, como si no me perteneciera, una pura carcasa que desempeña las funciones básicas del sobrevivir y el humilde gozar. Pero los agujeros de la memoria me dejan mustio, preocupado, viejo de verdad. Ha llegado el tiempo de olvidar las cosas que uno convoca, y de recordar las que llegan sin avisar. Se me ha jubilado la eficiente secretaria que organizaba todo eso, y ahora entra cualquiera por la puerta de mi despacho, y son muchos los que desatienden mis llamadas. Anuncian el estreno de la última temporada de Juego de Tronos y tengo que ver otra vez los siete episodios de la penúltima tacada, porque ya no sé ni dónde estoy, ni por dónde anda ningún personaje. Lo que hace un año era interés mayúsculo y atención reconcentrada, se ha quedada en nada, en cuatro jirones de personajes desdibujados, y de dragones que surcaban el aire.