Futurama. Temporada 2

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Futurama es una serie animada que me hace reír, y mucho, incluso en estos tiempos de sombras y apagones. Llevo varias semanas sopesando la posibilidad de cambiar mi foto en internet por una imagen de Bender, que es ese robot puñetero, vitriólico, que habla sin filtro para descojonarse de los humanos y de la hoguera de sus vanidades. Bender es ahora mismo mi inspiración poética y mi referencia filósofica. El autor más citado en mis peroratas de barra de bar y de mesa de cafetería.  Me parto el culo orgánico con sus ocurrencias y sus maldades.

    Pero en realidad, como sucede con todas las grandes comedias del cine y de la tele – y también con las comedias más inspiradas de la vida real- por debajo de Futurama fluye un río muy negro de misantropía y de poca esperanza en el futuro. Matt Groening y David Cohen han imaginado un año 3000 en el que la raza humana sigue más o menos como está ahora, estupidizada por los gadgets, comodona e irresponsable. La Tierra del futuro está llena de novedosos inventos, de sorprendentes hallazgos que garantizan el rendimiento energético y la bonanza de los cultivos, y los humanos ya pueden viajar a planetas lejanos como quien ahora coge el coche y se presenta en la playa, o en Móstoles, a arreglar unos papeles. En el año 3000 todo es más rápido y sencillo para los nietos de nuestros tataranietos, que disfrutan de mucho tiempo libre para holgar, para hacer el tonto, para disfrutar de los neodeportes que siguen dando por la tele en horario de máxima audiencia.


 
    Lo más desesperanzador en el año 3000 de Futurama es que la inteligencia artificial, lejos de superar las capacidades del Homo sapiens, se ha quedado a su misma altura intelectual, y los robots, que necesitan ingerir grandes cantidades de alcohol para no oxidarse, caen en las mismas ruindades y extravagancias que los ingenieros que los crean. Ni siquiera los extraterrestres, que en otras películas vienen a iluminarnos el camino del progreso, pintan gran cosa en la sociedad multibiótica de Futurama. La exobiología imaginada por Groening y Cohen no da para tirar grandes cohetes, la verdad. Todas las especies que visitan la Tierra, o que son visitadas por los terrícolas, viven atrapadas en el conflicto irresoluble entre la satisfacción del instinto y la presión de la cultura. La maldición freudiana que al parecer trasciende los ámbitos de nuestro planeta, y del Sistema Solar.