Futurama: Hacia la verde inmensidad

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La última aventura de Futurama es la más triste de todas. Y no porque la serie se termine después de tantas guasas enriquecedoras, porque ahí están, los DVD, y las plataformas como setas, y hasta las descargas ilegales, para volver a disfrutarla cuando queramos. La nave de Planet Express, además, termina adentrándose en un agujero de gusano, y un agujero de gusano no es la muerte, ni la desintegración, sino un túnel que conduce a otro lugar del espacio y del tiempo, como cuando cruzas de un país civilizado a otro que no lo es, atravesando las montañas.




    No. La última aventura de Futurama es la más triste porque es la menos complaciente con el futuro que nos espera. Y mira que la serie es pesimista, y cínica, con el destino de la humanidad, que a uno se le han quitado las ganas de pedirle a Doc que me lleve en el DeLorean a conocer el año 3000, por donde no hacen falta carreteras.... Total, para ver más o menos lo mismo que ahora vemos cuando encendemos la tele, o pisamos las aceras, es casi más interesante viajar al año 3000 de antes de Cristo, a conocer el tiempo de las pirámides, y quizá, con un poco de suerte, encontrarse con Rodríguez el íbero, que labraba los pedregales de León con un quejido en los riñones muy parecido al mío, su retataranieto, cuando me levanto del sofá después de un maratón de ficciones.

    La humanidad del año 2020 se consuela pensando que cuando la Tierra se convierta en un vertedero insoportable, daremos el salto a Marte, o a Titán, con unas naves espaciales superchulas, que nos llevaran a todos, o a casi todos, cantando que buenos son los hermanos Agustinos, que nos llevan de excursión. Pero eso, tal como se cuenta en Futurama, sólo es ponerle parches a nuestra condena. Retrasar el tiempo de nuestra extinción. Marte, y Titán, y cualquier planeta que pisen los retataranietos de Neil Armstrong, sólo será el próximo basurero, el próximo desierto de nuestra avaricia. Dejaremos de ser una plaga planetaria para convertirnos en una plaga galáctica. Y algún día nos encontraremos con la horma de nuestro zapato colonizador.