Black Mirror: Joan es horrible

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Son tantas ya, las series de la tele, tan numerosas como los granos de arena o como las piscinas de Georgina, que cualquier día nos encontraremos con una ficción que cuente nuestra propia vida. Pero no una vida aproximada, sino la vida exacta, calcada, como si alguien nos hubiera seguido cámara en mano por el mundo del ocio y del trabajo. Será... una experiencia mística, pero también un retortijón para cagarse en el cojín.

Nos pasará como a esta mujer llamada Joan en “Black Mirror”: que un día nos sentaremos en el sofá a las diez de la noche y nos toparemos con alguien idéntico a nosotros en un recuadro de la tele. No podremos vencer la curiosidad y nos adentraremos en el relato aterrador de nuestra vida monda y lironda, no por aterradora, sino por familiar, y por expuesta a los cuatro vientos de las ondas hertzianas. Al principio pensaremos que estamos soñando, y nos pellizcaremos un brazo, o pediremos que nos lo pellizquen, hasta que comprendamos que sólo era cuestión de tiempo que un espectador inocente se viera retratado paso a paso y pelo a pelo, maldad a maldad y vergüenza a vergüenza. 

En mi caso no sería una serie de Netflix, sino de Movistar +, que es la única hipoteca que pago, y se titularía, claro, “Álvaro es horrible”, cosa que aplaudirían mis muy escasas pero regocijadas examantes. Ellas serían las primeras en recomendar mis mierdas a todas sus amistades y parentelas. También se lo pasarían pipa mis compañeras del trabajo, y mis vecinos de La Pedanía, y los cadáveres sociales que he ido dejando por ahí en cincuenta años de berrea y machirula competición.

Todos hemos elucubrado con un momento así de la televisión, pero sólo en "Black Mirror" se ha hecho píxel y narrativa. Luego (spoiler) se explica que la coincidencia no se debe al número astronómico de series, sino a la invención de un ordenador cuántico capaz de vigilarnos segundo a segundo gracias al teléfono móvil y convertir nuestras peripecias en una serie instantánea gracias al CGI. Es otra aterradora posibilidad, sí. No sé cuál llegará antes. Con suerte, van a ser dos o tres décadas de asombros cotidianos hasta el día en que me muera.