Matria

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“La Ramona es pechugona/tié dos cántaros por pechos”, cantaba Fernando Esteso en una España ya superada por los acontecimientos. Esa fue la primera Ramona que yo conocí como el femenino de Ramón. 

La segunda Ramona de mi vida -nunca he conocido una en la vida real- fue Ramona Flowers en “Scott Pilgrim contra el mundo”, muy distinta en su fenotipo a la musa de Fernando Esteso. Mary Elizabeth Winstead es espigada, esbelta, el contrapunto anglosajón a los sueños eróticos de los paletos. A mí, desde luego, me gusta mucho más.

A la tercera Ramona la conocí ayer mismo; se trata de Ramona la gallega, el personaje atribulado de “Matria”, que es como una irlandesa pequeñita nacida en la ría de Arousa. Ramona III es una mujer con una mala hostia considerable (con “carácter”, se dice ahora) a la que todo le va mal en parte por su culpa y en parte porque vive en un sistema capitalista que maltrata a las mujeres sin formación. Ramona aspira a ser una mujer empoderada y moderna, pero no puede. Carece de recursos económicos y además le van mucho los machirulos. Es incomprensible su relación con ese gañán borrachuzo y previolador, barrigón y desagradable. O Ramona depende de él en lo económico y traga sus despotismos para sobrevivir (no se explica en la película), o valora más el desfogue corporal e inmediato y al vicio del fornicio condiciona todo lo demás (tampoco se explica). 

En cualquiera de los dos casos, lo suyo es una esclavitud difícil de superar. En la lucha de clases y en la guerra de los sexos, Ramona va perdiendo todas las batallas.

A Ramona le gustaría ser una pija de Podemos como las que salen por la tele. Una mujer sobradamente preparada, titulada, independiente, medio guapa, que sólo se empareja con  hombres de educación exquisita y machismo extirpado, intachables además en su formación académica, complacientes y perfumados. Pero Ramona vive donde vive, en un ecosistema desértico, aunque gallego, donde esos hombres cañón ya están todos pillados o viven en Pontevedra capital. Lo lleva jodido, la pobre. Eso y lo del trabajo, con 42 tacos y sin titulaciones. No me extraña que se pase los 90 minutos de película cagándose en todo lo cagable.