Un loco anda suelto

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Navin Johnson, también criado en el profundo Sur de Estados Unidos, es el hermano tonto de Forrest Gump. Más tonto todavía si cabe. Porque sí: aún quedaban varios estratos por debajo. 

Y sin embargo, con su tontuna casi llevada al límite, Navin se hizo tan millonario como su hermano o incluso más. Si Forrest heredó de Bubba el negocio de las gambas justo cuando las gambas se reproducían a tutiplén, Navin, en un arranque de genialidad que sólo tienen los tontos de remate, los ultratontos de verdad, inventó el opti-grab para que las gafas nunca se cayeran al suelo cuando se aflojan las patillas. Patentas un simple tope nasal añadido a la montura y ya puedes comprarte un palacio con tres piscinas cerca de Hollywood. Y hacer que las mujeres, que antes te rehuían porque solo buscaban la inteligencia y el sentido del humor, ahora caigan rendidas a tus pies. Lo piensas fríamente y no sabes si reír o echarte a llorar. Menos mal que la película es una comedia absurda y enloquecida. 

Viéndola me acordaba de un sueño que una vez escribió Manuel Vicent en su columna: haber tenido eso, un golpe de genialidad industrial -inventar una rosca para los cartones de leche, por ejemplo- y ya vivir toda la vida de los royalties, quizá no a cuerpo de rey, pero sí liberado de la esclavitud de levantarse cada mañana para venir a trabajar. Llevar, gracias a un invento mínimo pero fundamental, de esos que facilitan la vida en Occidente, una vida monástica pero no monacal, dedicada a la lectura y a la escritura, al paseo y a la compañía. Una vida sin estrés, sin horarios, que es la única vida de verdad, como aquella del Paraíso Terrenal antes de que llegara el ángel flamígero a joderlo todo.

Por lo demás, “Un loco anda suelto” es una suprema tontería. A veces te ríes mucho y a veces no entiendes donde está la gracia. Steve Martin haciendo de "tonto deluxe" tiene registros más descacharrantes en  su filmografía.