El último tango en París

🌟🌟

Todos hemos vivido con el título de alguna película suspendido sobre la cabeza: quién no ha sufrido un atraco perfecto, quién no ha cometido delitos y faltas, quién no se ha subido a un tranvía llamado deseo... La lista puede ser infinita. Es verdad que a veces son conceptos muy amplios, metáforas muy abiertas, pero luego hay títulos específicos que te dejan la piel de gallina, como si la vida ficticia y la vida real encontraran un punto de tangencia y se abriera un pasadizo para comunicarlas. Un agujero de gusano.

Yo, por ejemplo, también viví un último tango en París. Uno de los de verdad, con sus taconazos y sus faldas abiertas, y sus maromos engominados. En las orillas del Sena se ejecutaron los últimos pasos de nuestra extraña aventura en común. Mientras ella bailaba con los parisinos y yo la grababa con su consentimiento para luego repasar las técnicas y los alardes, tuve la corazonada de que iban a ser los últimos tangos de esa gran milonga que nos envolvió. Dos años antes ella bailaba para que yo la viera bailar, pero ahora solo bailaba para que yo la grabara con el móvil. De amante a cameraman; de hombre de su vida a candidato descartado.

Fuimos a París para reflotar un amor sin remedio. La Ciudad del Amor no nos podía fallar porque allí todo el mundo se enamora paseando por sus puentes o afianza su amor ya veterano. París es a los amantes como Lourdes a los paralíticos: existe un pacto tácito entre la ciudad y sus turistas. Tú pagas por un sueño y por una terapia. Por un milagro. A París se va a lo que se va, y el arte y la historia sólo son excusas para pasar las horas del día con la ropa puesta y la sonrisa repintada. Cuando el gran falo de la torre Eiffel se excita y se ilumina, las excusas caen al suelo con el sigilo de un camisón o de un calzoncillo de los caros. Pero no funcionó. Nuestro último tango en París fue tan confuso y tan descalabrado como el primer tango en La Pedanía.

¿La película?: pues pasada de rosca, insufrible, demodé. Incomprensible a ratos. Infumable. Demasiados in-... ¿La famosa escena de la mantequilla?: un charco de lodo.