El amor de Andrea

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Como me aburría un huevo viendo “El amor de Andrea”, me dio por buscar Cádiz en el Google Maps y descubrí, sorprendido, porque nunca he estado allí, su geografía urbana tan peculiar. Iba a escribir que Cádiz se levanta sobre un istmo para hacer gala de mi ignorancia supina, pero antes de meter la pata, salvado por la campana de su catedral, Wikipedia me aclaró que Cádiz es en realidad una isla unida a la Isla del León por un tómbolo, que es un accidente geográfico ya olvidado -pero ahora recobrado- que estudiábamos en EGB. 

De hecho, hace dos veranos, ahora lo recuerdo, tuve que atravesar un tómbolo para acceder a la ciudad holandesa de Marken, que nada en un mar interior ya no sé si natural o artificial. Pero el guía, que iba más preocupado de señalarnos que en Marken vivía retirado Frank de Boer, el exjugador del Negreira C. F., no lo llamó así, sino otra cosa que ahora no logro recordar (quizá porque aquello, después de todo, no era un tómbolo, sino un dique artificial construido por esos hacendosos tan altos y tan rubios).

(Da igual: cuando algún día visite Cádiz y me quede maravillado por su singularidad geográfica, por la belleza de sus recodos, por la gracia y el salero de sus gentes, no creo que recuerde que por allí caminaba Andrea en busca de su padre, a ver si el gachó cumplía de una vez el régimen de visitas). 


- Las películas son más armoniosas que la vida, Alphonse. No hay atascos en los films, no hay tiempos muertos. Las películas avanzan como los trenes, ¿comprendes?, como los trenes en la noche. 

Lo decía François Truffaut en “La noche americana” y tenía más razón que un santo. O así debería ser, al menos, porque “El amor de Andrea” es un tren diurno que se pasa tres cuartos del metraje detenido en las estaciones. Es una película sobre gente que espera en salas de espera. A veces aguardan en despachos de abogados o en dependencias judiciales, pero también en playas, y en paseos marítimos, y en terrazas donde pega el solecito de la bahía, que hacen las veces de salas de espera naturales. Lo mejor de “El amor de Andrea” es que te convalida un recorrido virtual por Cádiz y te insufla unas ganas muy pre-veraniegas de conocer algún día la ciudad.