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¿Dónde estás, Bernadette?

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La verdad es que últimamente no doy ni una con las películas. Tengo el instinto cinéfilo adormecido, o gilipollas. Será que el calor no termina de irse, o que ando asintomático perdido con lo del virus. A saber… Y el caso es que el instinto cinéfilo es el único que más o menos funcionaba en mi panoplia. ¿Será esto el principio del fin? Porque si ya me falla incluso esto -la sabiduría de discernir las buenas películas de las malas- qué será, ay de mí, en el futuro... Un cinéfilo confundiéndose de películas es como un micólogo confundiéndose de setas: aparte de ser imperdonable, es que te intoxicas, o te vas por la pata abajo, o puedes incluso morirte si el error es continuado o mayúsculo. Y yo llevo unos días que al gris tonto de la vida le añado el gris estúpido de la ficción, y ese gris sobre gris ya sí que no hay quien lo aguante. A ver si me pongo las pilas…



    Pero es que se suponía, jolín, que Richard Linklater era un valor seguro, y que después de aquella tontería patriótica de “La última bandera” no iba a meter la pata otra vez. Imposible, dos tropezones seguidos en don Richard, que siempre ha sido de alternar cara y cruz, arena y cal, cagada y flor. Un plasta, o un iluminado, según como le salga la película, pero siempre corrigiéndose a sí mismo en la siguiente. Pues no: “¿Dónde estás, Bernadette?” es otro rollo mayúsculo de guion errático y “buenos sentimientos” que ni la belleza de Cate Blanchett -¿plagiando su papel en Blue Jasmine?- es capaz de sostener.

    Es que además ya está muy vista, muy manida, la mala prensa de los superdotados, que en las películas siempre aparecen como inadaptados de la vida, medio lelos y trastornados. Y no sé, de verdad, a qué obedece esta tergiversación de la realidad. ¿La envidia, el desconocimiento, las ganas de enredar? Yo he conocido en la vida real a dos superdotados indudables -un hombre y una mujer- y a los dos les va de puta madre en sus asuntos. Nada que ver con la pobre Bernadette, que de inverosímil causa el asombro y casi la risa. La superdotación de mis conocidos es, precisamente,  la que les permite salir airosos de todos sus problemas. Eligen bien, calan a la gente, no se dejan engañar, viven de puta madre y se conducen por ahí con la sonrisa del ego subido. La chulería con fundamento. Qué envidia, ostras…

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