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Bird

🌟🌟🌟


Es difícil, muy difícil, ser misántropo y socialista al mismo tiempo. ¿Cómo interesarme por el bienestar de la gente común si no soporto a la gente común que me rodea? 

Vivo, desde los años de mi formación -o de mi malformación- una contradicción del espíritu que resuelvo por el camino más fácil de la filosofía: no hacer (me) demasiadas preguntas. También soy rojo y del Madrid, maestro y herodiano, jesuita de aspecto y sátiro de corazón. Soy el equilibrio precario de varias creencias incompatibles. El que quiera acorralarme con argumentos lo tiene fácil porque yo no tendría más remedio que darle la razón. Otra cosa es que yo, a mi edad, convencido ya de unas cosas y  de sus contrarias, vaya a cejar en mi empeño de hacer malabares con las naranjas.

“Bird”, por ejemplo, debería tocarme el alma socialista que se indigna con la vida miserable de los extrarradios. Pero me quedo más bien frío, cayetano, indiferente a la suerte de estas chonis y estos drogatas. No sé... Por mí que les den por el culo. Ni siento ni padezco. Mientras no muera ningún inocente y los niños puedan seguir jugando en los parques destartalados, yo ya me retiro tranquilo a mis aposentos. Ningún marxismo, ningún leninismo, ningún asalto de los soviets al Palacio de Buckingham podría salvar a esta gente de lo que son: lumpen. El resto marginal donde no llega ninguna mano tendida ni ningún orden racional. El comunismo quiso cambiar a la gente y se empotró contra el muro  inexpugnable de la biología. Una cosa es ordenar la vida económica para que se redistribuya la riqueza y otra conseguir que el tarado o el irrecuperable se incorpore al engranaje.

Las películas de Andrea Arnold no tienen nada que ver con las de Ken Loach, su compatriota socialista. En las películas del abuelo Ken salen proletarios de verdad, hombres y mujeres que se han quedado en paro o que cobran cuatro duros por deslomarse. Pero ellos quieren trabajar, participar, construir. Pagar impuestos para que luego les salga más barato el autobús o la cama de hospital. Los trabajadores de Ken Loach son mi gente, mis cuates, mis iguales en la lucha de clases. Los personajes de “Bird”, no. 





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Passages

🌟🌟🌟


Viendo a este picaflor de la película me acordaba mucho de Elmer, el entrañable cazador de los Looney Tunes (si es que algún cazador puede ser entrañable), porque siempre que Elmer dividía su atención entre Bugs Bunny y el Pato Lucas al final no cazaba a ninguno de los dos. Perdónenme el chiste fácil -y los que han visto la película lo entenderán- pero o es temporada de patos o es temporada de conejos, y no se puede disparar a dos blancos a la vez. Solo si aplicamos la mecánica cuántica de las balas, que lleva su propia ciencia inmune al raciocinio.

Quiero decir que no se puede vivir en dos camas a la vez con ínfulas de enamorado. Si solo estás al polvo, a la jodienda, al divertimento jovial del sexo, pues mira, sí. Que viva el jolgorio y perdure la juventud. El poliamor, que dicen ahora. Pero no se puede meter uno en la cama con Fulano y decirle que le amas con locura, y al día siguiente, porque Fulano se enfadó y a ti te sigue ardiendo el cirio pascual, meterte en la cama con Mengana y jurarle que vivirás con ella para siempre. 

Algunos internautas que comentan la película por internet llaman a este tipo “narcisista”; yo más bien diría que es un cabronazo, o un hijoputa, y que me perdonen las susodichas. 

Por lo demás, “Passages” es una película anodina y rellenada. Dura 85 minutos y le sobran como 20, así que fíjate. La historia no da para mucho más: los días pares me encamo con Fulano y los días impares me enrollo con Mengana. Hasta que Fulano, claro, se harta, y Mengana, que encima alimentaba esperanzas maternales, me manda, literal y metafóricamente, a tomar por el culo otra vez. 

Es la tercera película que veo de este director llamado Ira Sachs y es el tercer truñete que me como. No es que estén mal, pero tampoco están bien. Hace veinte o treinta años su cine hubiera sido valiente y provocador. Ahora, en 2023, a poca sesera que tengas, ya nada de esto te escandaliza: ni las escenas homoeróticas ni los retorcimientos del espíritu.  Y lo demás, ya digo, es apenas un culebrón.





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