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Passages

🌟🌟🌟


Viendo a este picaflor de la película me acordaba mucho de Elmer, el entrañable cazador de los Looney Tunes (si es que algún cazador puede ser entrañable), porque siempre que Elmer dividía su atención entre Bugs Bunny y el Pato Lucas al final no cazaba a ninguno de los dos. Perdónenme el chiste fácil -y los que han visto la película lo entenderán- pero o es temporada de patos o es temporada de conejos, y no se puede disparar a dos blancos a la vez. Solo si aplicamos la mecánica cuántica de las balas, que lleva su propia ciencia inmune al raciocinio.

Quiero decir que no se puede vivir en dos camas a la vez con ínfulas de enamorado. Si solo estás al polvo, a la jodienda, al divertimento jovial del sexo, pues mira, sí. Que viva el jolgorio y perdure la juventud. El poliamor, que dicen ahora. Pero no se puede meter uno en la cama con Fulano y decirle que le amas con locura, y al día siguiente, porque Fulano se enfadó y a ti te sigue ardiendo el cirio pascual, meterte en la cama con Mengana y jurarle que vivirás con ella para siempre. 

Algunos internautas que comentan la película por internet llaman a este tipo “narcisista”; yo más bien diría que es un cabronazo, o un hijoputa, y que me perdonen las susodichas. 

Por lo demás, “Passages” es una película anodina y rellenada. Dura 85 minutos y le sobran como 20, así que fíjate. La historia no da para mucho más: los días pares me encamo con Fulano y los días impares me enrollo con Mengana. Hasta que Fulano, claro, se harta, y Mengana, que encima alimentaba esperanzas maternales, me manda, literal y metafóricamente, a tomar por el culo otra vez. 

Es la tercera película que veo de este director llamado Ira Sachs y es el tercer truñete que me como. No es que estén mal, pero tampoco están bien. Hace veinte o treinta años su cine hubiera sido valiente y provocador. Ahora, en 2023, a poca sesera que tengas, ya nada de esto te escandaliza: ni las escenas homoeróticas ni los retorcimientos del espíritu.  Y lo demás, ya digo, es apenas un culebrón.





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El perfume

🌟🌟🌟🌟


En “El protegido”, aquella película de M. Night Shyamalan, aprendimos que las capacidades humanas están distribuidas estadísticamente en forma campana de Gauss. Si en un extremo vivía Samuel L. Jackson con sus huesos de cristal -que lo soplabas y se partía- en el otro vivía Bruce Willis con sus huesos de hormigón -que lo metías en un accidente de tren y salía como único superviviente. A cada minusválido, decía Shyamalan, le correspondía un superhéroe de acción para que la suma total de las capacidades siguiera siendo 0 y se mantuviera el equilibrio energético del universo.

He recordado esto porque viendo “El perfume” he encontrado a mi superhéroe olfativo, Jean-Baptiste Grenouille, ese personaje de cuento que compensa las graves limitaciones de mi pituitaria. Porque yo, entre que tengo el tabique nasal desviado, y que el bulbo olfativo lo tengo alquilado para almacenar nombres de futbolistas y títulos de películas, tengo que acercarme mucho para captar el aroma de las cosas más bellas del mundo: las flores de La Pedanía, y un buen potaje de cuchara, y el cuello estirado de T… También es verdad que gracias a esta limitación yo me libro de la hediondez que a otros les satura y les pone de mal humor, pero yo preferiría oler como Dios manda, como está prescrito para nuestra especie animal, y no verme relegado a este extremo de la campana donde la vida no tiene ningún sentido cuando hablamos de filosofía, y solo tiene cuatro sentidos y medio cuando hablamos de biología.

“El perfume”, no sé por qué, es una película que se había escapado de mi radar. Quizá en su día desconfié, o sentí que recordaba demasiado bien la novela. Craso error… La película es magnífica, espeluznante, con una rara poesía que hoy no sería admisible entre los ofendidos y los bien pensantes. “El perfume” se la debo a T., que me hizo la recomendación, y que tiene, por cierto, una pituitaria también muy evolucionada, emparentada lejanamente -eso espero, lejanamente- con la de Grenouille.





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