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Una casa llena de dinamita

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La caída de un pepino atómico no figura entre las doce primeras preocupaciones de los españoles según el CIS. Y aunque es verdad que el CIS es un  poco la TIA de Mortadelo y Filemón, me extrañaría mucho que ese miedo figurara incluso en la trigésimo cuarta posición. La indiferencia nuclear se palpa en las conversaciones de los bares. Es decir: que no se palpa, que yo no veo a ningún vecino de La Pedanía asustado por no tener un búnker forrado de plomo bajo el chalet. 

A los españoles, que vivimos en el extremo occidental de Europa y somos más África que Maastricht, más aspirantes que pertenecientes, nos preocupa más el pan nuestro de cada día y la independencia postergada de Cataluña. Lo primero porque necesitamos calorías y lo segundo porque somos gilipollas y vivimos alienados. Otra cosa sería si España fuera un país báltico o tuviera fronteras con los países comunistas. El canguelo iba a ser mucho mayor, claro, pero la distancia, según nos enseñan en la película, tampoco nos va a librar del pepinazo si la cosa se revuelve.

Yo, por mi parte, tengo el miedo atómico en el puesto 507º de mis preocupaciones. Es quizá por eso que “Una casa llena de dinamita” me entretiene pero no me altera. Me da un poco igual que el misil de los norcoreanos vaya a caer justo encima de Chicago. Allí no tengo familiares ni conocidos. Yo vivo más preocupado por el escándalo Negreira y por la salud rotuliana de nuestros blancos gladiadores. También por la salud de los gatos callejeros a los que doy de comer antes de acostarme. Más que el hongo nuclear me preocupa la inexistencia del otoño y la corta duración de la primavera. Y los estudios de mi hijo, y la salud de mi corazón. La puntualidad de los trenes y la amabilidad  de las camareras. Me jode no recordar como antes los datos de las películas: sus títulos, o los nombres de los actores. Rebecca Ferguson no me ama como yo la amo y además han subido el precio de los jamones. Esas son las inquietudes verdaderas de mi alma... Que Cataluña se independice me importa tres cojones y medio, pero que gobiernen los fascistas ya va a ser harina de otro costal. 







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