Mostrando entradas con la etiqueta Glen Hansard. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Glen Hansard. Mostrar todas las entradas

Los Commitments

🌟🌟🌟🌟


1. En Irlanda todo el mundo compone poesías o toca un instrumento musical. Es como una manía nacional. Aquí, por ejemplo, jugamos al fútbol o aporreamos la mesa con el dominó. Las culturas... 

No hay bar de Dublín que no tenga su música en directo, sus “commitments” en estado embrionario o ya salidos del cascarón. Los irlandeses, además, le hacen a todo: al folk, al pop, al soul...  Es por eso que Irlanda aún se mantiene en los primeros puestos europeos del índice de natalidad. No era el catolicismo, como creíamos, sino las tías, que se derriten por los músicos y sus letras. Aquí, en España, hemos dejado de procrear no por la crisis económica, sino porque las mujeres ya no nos encuentran atractivos. Los gilipollas del gym jamás podrán competir con un guitarrista molón que desgrana sus amores contrariados.

2. Los grupos musicales se forman para ligar. Todo lo demás es disimulo antropológico. El manager de “Los Commitments” asegura en sus entrevistas que él ha montado el grupo para devolver la dignidad a sus miembros, para regalarles un motivo de orgullo cuando vuelven de la cola del paro o del curro mal pagado. Nunca dejarán de ser la chusma obrera de Dublín, pero subidos en el escenario, tocando o cantando, son estrellas del barrio y soñadores del futuro. 

Y es verdad, pero no es toda la verdad. De hecho, “Los Commitments” se disolverán al final de la película por culpa de los líos de faldas -y de pantalones -y por los sueños de seducción que sus miembros más talentosos ya alimentan en otros escenarios con gachíses más elegantes y juguetonas.

3. Con “Los Commitments” cierro este ciclo dedicado a las películas rodadas en Irlanda o que hablan de los irlandeses. Sé que me dejo unas cuantas en el olvido o en la pereza. Irán apareciendo a lo largo del curso. Una de ellas es “Las cenizas de Ángela”. Nunca la he visto y nunca la veré. El guía, al pasar por Limerick este verano, nos aseguró que era su película preferida sobre Irlanda. Pero es el mismo hombre que en otra conversación nos dijo que Arnold Chuachenegue era su actor preferido de toda la vida. Hay opiniones que lejos de animarte te hacen recular. Todavía más.





Leer más...

Once

🌟🌟🌟


1. En mi desmemoriada memoria, “Once” era una película en la que salían mucho las calles de Dublín. Y como estuve por allí este verano me dio el siroco de volver a verla y recordar. Lo llaman SPT, Síndrome Postraumático del Turista, y consiste en agarrarse a los recuerdos cuando llega la pringosa realidad de trabajar. 

Pero luego, a la hora de la verdad, sólo se ve un poco Grafton Street y el parque anónimo donde vive la chica checa Markéta. La plaza O’Connell y los turisteos aledaños apenas se atisban desde un autobús. Migajas. El resto de la película transcurre en los apartamentos suburbiales y en un estudio de grabación donde ambos enamorados buscan el reconocimiento musical. Es Dublín, sí, pero podría haber sido Manchester, o Cerdanyola, y nos hubiera dado un poco lo mismo.

2. ¿Bonita historia de amor? Esto es un puto drama... No sé qué película han visto los demás. Glen y Markéta son dos almas destinadas a entenderse: los dos son músicos, jóvenes, modernos, medio hippies... En el mercado del amor los dos tendrían una nota parecida. Se merecen el uno al otro, sin celos tontos ni fatales desequilibrios. Sintonizan con una simple mirada. Conectan. Otras parejas ya se notan averiadas al primer vistazo, pero ellos no. Y sin embargo, los dos componen sus canciones pensando en los amores que se fueron y que aún luchan por recuperar. No se entiende: la novia de Glen le puso los cuernos con su mejor amigo y el marido de Markéta decidió quedarse en Praga a beber cervezas con los amigotes. Ralea. Gente que no merece la pena. Y sin embargo, ellos preferirán lo malo conocido a lo bueno por conocer. Un par de cobardes entrañables, pero lamentables. 

3. El próximo verano voy a tomar clases de guitarra española. Está decidido. Dentro de la dificultad, y sin caer en el ridículo de la flauta dulce, me parece el instrumento más asequible a mi torpeza. El acordeón o el violín me parecen directamente una tecnología extraterrestre. Una vez que aprenda a manejarme con cuatro acordes me lanzaré a la calle a cantar mis propias canciones de amor traicionado. Raro será que alguna Markéta de la vida no se acerque al menos a curiosear. Ya cruzo los dedos.





Leer más...