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Memory

🌟🌟


1. Comienzo a ver “Memory” en el tren que me lleva de León a Ponferrada. Es el último día de mis vacaciones de Navidad. No me quejo. Tantos días libres te hacen soñar con la libertad absoluta y eso no es bueno para el espíritu.

2. Elijo “Memory” en mi ordenador porque solo me queda media hora para llegar y no quiero empezar una película que tenga mejores perspectivas. Con “Memory” me ahogo en un mar de dudas. La sinopsis es, cuanto menos, ridícula. Hay muchos espectadores que se chotean de la película por las redes. 

En realidad he elegido "Memory" porque actúa en ella Jessica Chastain. Nada más. Mi amor por Jessica -vaya por delante- es puro y muy respetuoso. No la cosifico para nada. La deseo sí, pero en cuerpo y alma. Yo creo que en realidad su reino no es de este mundo, como aquél de Jesucristo. Terrence Malick, en “El árbol de la vida”, opinaba lo mismo que yo. 

También es verdad que he descargado “Memory” porque la dirige Michel Franco, ese tipo que una vez me dejó muy perturbado con “Nuevo orden”, tan fallida como estimulante.

3. Veo 20’ antes de ponerme nervioso con la llegada del tren. Es noche cerrada y no hay avisos por megafonía. Si me despisto, podría acabar, qué se yo, en Orense. Además, hay un niño que va dando por el culo todo el rato con sus berrinches. Es el pan nuestro de cada tren. Nacen pocos y aun así son demasiados... 

4. La película, como me temía, es tendente al rollo y al extravío. Más que eso: es absurda. Podría borrarla y hacer como que nunca existió. En el barullo de las ropas y las maletas me olvido de darle al icono de la papelera.

5. Pasan los días y de pronto me acuerdo de que tengo “Memory” esperando sentencia definitiva. Sólo por ver a Jessica Chastain le concedo una segunda oportunidad. Elijo la hora de la siesta en un acto de desconfianza. Al poco me quedo dormido como un ceporro.

Cuando desperté, Jessica seguía ahí, tan bella como siempre. Pero su personaje, ay, es incomprensible. Se supone que es una mujer traumatizada con los hombres por los abusos que sufrió de niña, y sin embargo se enamora de un notas con demencia senil que jamás sabes si va a besarte o a agredirte.

6. Aguanto 15’ y me vuelvo a quedar adormilado. El final de la película lo paso a x8 de velocidad. Me pierdo a Jessica, sí, pero recupero mi vida anterior, que sin ella, también es verdad, es un poco más triste.




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Recuerdos

🌟🌟🌟🌟

“Recuerdos” empieza con una pesadilla que al parecer es universal y no solo patrimonio de mi inconsciente. Woody Allen viaja en un vagón de tren destartalado, acompañado de gente con cara de sufrimiento: famélicos, o enfermos, o refugiados de alguna guerra. Allen les mira con cara de no entender. “¿Qué hago yo aquí?”, se pregunta. Al otro lado de las vías, detenido en paralelo, hay otro tren con viajeros que se lo están pasando pipa: gente joven, dicharachera, vestida para una fiesta. Hay bailes, besos, carcajadas... La mismísima Sharon Stone se percata de que Woody Allen les espía y le planta un beso en el cristal. Allen protesta al revisor antes de arrancar: “Yo no debería estar aquí y tal”, pero el revisor le ignora, el tren arranca, y Allen, desesperado, intenta tirarse del vagón en marcha, pero la puerta no cede, y la ventanilla no se baja...

La pesadilla es horrible, y yo me siento reconocido en ella porque la he soñado muchas veces. Pero no exactamente así: mis pesadillas cuentan que me subo a un autobús que va en dirección contraria, o que pierdo por un minuto el tren que partía hacia el Paraíso. De todos modos, es la misma sensación de que la felicidad siempre está en otro sitio, en otra vida, inalcanzable por culpa de un equívoco, o de un retraso, o de una mala pata secular. De ser uno como es, y de ser los demás como son.

La moraleja que yo saco es que da igual que seas un chiquilicuatre de provincias que un hombre como Woody Allen en 1980, aclamado por sus seguidores, poseedor de un apartamento de lujo y seductor de las mujeres más bellas del mundo (mujeres como Charlotte Rampling, por ejemplo, que revienta la pantalla con sus dos ojazos asimétricos y gatunos; la belleza absoluta, quizá, por animal e indescifrable). Al final van a tener razón los psicólogos de la felicidad: que se nace feliz o no se nace. Que eso va en unos genes de nombre alfanumérico muy escondidos en el cromosoma. Una puta lotería. Que hay gente feliz con el palo de una escoba y gente infeliz que se asoma cada mañana a Central Park mientras Charlotte te reclama de nuevo desde la cama.



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