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No hizo falta que llegara la democracia -este régimen atado y bien atado que supervisa atentamente el IBEX 35- para que Jaime de Armiñán y José Luis Borau se atrevieran a contar la historia de una mujer sin deseo sexual -o más bien con aversión sexual- que tuvo que ir a un médico para descubrir que en realidad era un hombre. Todo son preguntas: ¿Adela Castro, además de afeitarse la barba y de patear el balón como si fuera Pirri en pretemporada, tenía un pene malformado, un clítoris atrofiado...? ¿Tenía una pareja de cromosomas XY que se puso a construir una mujer sin hacer caso de los planos? Nunca lo sabremos. En 1972 no se podía ir mucho más allá. Los Javis, hoy en día, nos contarían pelos y señales sobre el asunto: lo que hubo que cortar, lo que hubo que añadir, lo que se reconstruyó y luego se recosió... Un lujo de detalles que en el fondo nos da igual. Nos quedamos con la copla y seguimos avanzando.
“Mi querida señorita” es una película muy arriesgada. Tanto que a Mónica Randall se le ve un pezón cuando va a enseñarle a José Luis López Vázquez cómo se hace eso de follar. Es un detalle subrepticio, casi de darle al pause como hicimos con el DVD de “Instinto básico”. Lo dejo apuntado para los nostálgicos del destape y para los enamorados de doña Mónica -que jo, qué mujer.
Por cierto: entre “Mi querida señorita” e “Instinto básico”, que parecen películas rodadas en dos eras geológicas diferentes, sólo transcurrieron 20 años. Entre “Instinto básico” y cualquier proyecto en marcha de los Javis han pasado más de 30. El paso del tiempo es un bulldozer que va arrasando los años como árboles en la selva.
Sobre la actuación de José Luis Vázquez ya está todo dicho. No quiero ser redundante. La idea de Armiñán era rompedora pero también muy arriesgada. Del drama conmovedor al número de vodevil no hay más distancia que una ceja bien puesta o que una mirada convincente.