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El gabinete de curiosidades: La visita.

🌟🌟🌟

Ya me empieza a cansar esta tontería del gabinete de curiosidades...  Da igual cómo empiecen los episodios: al final siempre sale un monstruo que se come a alguien o revienta a alguien o derrite al que pasaba por allí.

Cuarenta y cinco minutos son siempre para preparar la receta y cinco para que el monstruo salido del horno -de la mente calenturienta de Guillermo del Toro- arme la de Dios es Cristo, ahora que escribo esto por Navidad. Si Guillermo del Toro rodara una película sobre el nacimiento de Jesús, saldría un monstruo del pesebre para zamparse a María y José en una escena muy gore y luego regurgitar sus santos ropajes con un eructo descomunal. Es todo lo mismo.

Estos directores que Guillermo del Toro asegura que dirigen los episodios no existen. Son en verdad él mismo. Sus heterónimos. Fulana de Tal es él, y Mengano de Cual también. Si los buscas en internet aparecen con una foto que desmiente mi afirmación, pero estoy casi seguro que las páginas de consulta están amañadas para que además pensemos que Guillermo es un “descubridor de talentos”. Pues bueno... 

Salvo aquel episodio del pintor tenebroso -que es sin duda el mejor de esta serie- todas las historias son una pura guillermodeltorada que saca a un bicho asqueroso porque sí, por Decreto Ley: una especie de Vengador Tóxico soñado por Dalí al que la estupidez humana, o la arrogancia, o la simple candidez, liberan de una cárcel de siglos.

Este episodio -ya el penúltimo, menos mal- no empezaba del todo aburrido, con ese millonario que invita a gente muy inteligente a compartir una velada. Uno creía que les incitaba a beber whisky y a esnifar cocaína para abrir sus mentes ante un desafío intelectual de primera magnitud: la resolución de una ecuación fundamental o el secreto de Fátima por fin revelado a los gentiles. Tonto de mí... Por un momento me olvidé de que estaba en el gabinete de don Guillermo, bebiendo de su bar y chumando de sus reservas.


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Shoot the moon

🌟🌟🌟🌟


Mi inconsciente -al que he bautizado Freud Jr. en homenaje al abuelo Sigmund- ha vuelto a hacerme de las suyas con la descarga de una película. Ante Shoot the moon yo ya tenía el estómago lleno, la luz apagada, las piernas estiradas, los cascos ajustados, el teléfono en silencio... Una naranja amarilla y muy ácida puesta al alcance de la mano por si me entraba la gusa a media película. Y Eddie ya dormitando en su esquinita, también cagado y meado, antes del toque de queda. Ni una gana tenía yo de levantarme en las dos horas que iba a durar Shoot the moon, esta película olvidada de Alan Parker que citaban el otro día en la revista de cine con mucha reverencia, y que yo ni pajolera idea, la verdad.

    Pero empieza la película -que tenía en un USB enchufado al televisor- y descubro, para mi fastidio, y casi para mi berrinche, que el subtítulo que Freud Jr. ha bajado para seguir estos desamores no está en castellano, sino en el mismo inglés que hablan los personajes, como si esto fuera una película de Speak Up para gente que de verdad domina el idioma, y no como yo, que soy un fulano de “nivel medio” que casi no se entera de nada. ¿Aplazar la película para otro día? Ni de coña. ¿Levantarme para buscar otra cosa en la estantería? Ni hablar. No quiero mover ni un músculo en el sofá. Además, tengo el capricho obtuso de ver esta película hoy mismo, sin tardanza, más bien para quitármela de encima, porque presiento que su historia me va a hacer daño, y que va a rozar una pequeña llaga que todavía escuece en la tripa. En el “diodenar”, que diría Chiquito de la Calzada.

    Deduzco que Freud Jr. ha bajado este subtítulo  para disuadirme del empeño, maniobrando a mis espaldas para cuidarme como un ángel laborioso y metepatas. Pero una vez descubierto su truco, decido no hacerle caso, y me lanzo al subtítulo en inglés como un suicida, como un tipo de “nivel alto”, confiado en que lo que no entienda por vía oral lo entenderé por vía escrita, y si no, lo adivinaré en los gestos de estos dos intérpretes prodigiosos, Albert Finney y Diane Keaton, que bordan el drama desgarrador de dos personas que ya no se quieren y sin embargo no pueden dejar de quererse.





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