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Beckham

🌟🌟🌟

Mi abuela decía que Dios, cuando da, no es manco, pero que cuando quita tampoco. O cuando deniega. Lo que ella quería decir -sin atreverse, porque era muy piadosa- es que Dios es un tahúr cabronazo que reparte muy mal las cartas y las suertes. Y quien dice Dios dice la Naturaleza, o cualquier otro ente caprichoso.

“Quiero ser como Beckham”, decían aquellas chavalas de la película. Y yo también, no te jode. Quién no... Pero ya no me da tiempo. Tendría que volver a nacer, reencarnarme, aunque no sé si merezco tal premio después de esta vida imperfecta y pecadora. El Karma es otro ente implacable que toma nota de tus cagadas, y castiga en consecuencia. Pero tengo que decir, en mi defensa, que soy imperfecto y pecador precisamente porque no he nacido como Beckham -es que ni por asomo, vamos- y he tenido que buscarme las habichuelas como he podido. Aquí le querría ver yo, al tal David, sin encantos y sin dinero, penando en el mundo de los gammas. 

Me he pasado todo el documental lamentando el infortunio de no haber nacido rubio, guapo, simpático, con una pierna derecha que colocase el balón a cuarenta metros de distancia. Son los dones que adornan a un semidios de nuestro tiempo. Para que las chicas guapas te tiren sus bragas a la cara o te las envíen en sobres perfumados también sirve lo de tocar una guitarra sobre el escenario.

Beckham no parece un chaval muy espabilado, eso es verdad, pero él se acuesta con la pija más guapa de las Spice Girls mientras los demás -que seríamos capaces de explicarle a cualquiera lo del gato de Schrödinger- ya nos vamos conformando con las mujeres que en su día también querrían haber nacido como Victoria Adams y el Karma les dijo que nones. Ellas, cuando reconocen su derrota, también se resignan a nosotros porque en el fondo somos dulces y románticos. Buenos tíos, aunque feos. Si fuéramos tan guapos y molones como David Beckham saldríamos en los documentales y viviríamos al otro lado de la pantalla.




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