The visitor

🌟🌟🌟🌟

Son tantas ya, las películas, y tantas, las noticias, que a veces la realidad se cruza con la ficción y ambas se anudan, y se persiguen, y uno ya no sabe si está viendo la película que escogió o el telediario que todavía no ha terminado.

    La noche pasada, por ejemplo, yo estaba viendo otra vez The visitor. Por las catacumbas de mi memoria vagaba el fantasma de Richard Jenkins tocando el djembé en un parque de Nueva York,  sacándose unas pelas innecesarias porque él era un importante profesor de universidad, o algo así. De hecho, en mi tontuna, en mi desgracia neuronal, yo creía recordar que The visitor era la historia de un hombre maduro que se adentraba en el misterio de la música para sentirse vivo de nuevo, como Nanni Moretti en Caro Diario.

    Pero The visitor no iba de eso. Por un azar del destino, el personaje de Richard Jenkins conoce a una pareja que vive sin papeles en Estados Unidos. Ella, senegalesa, vende baratijas en el rastrillo, y él, sirio, toca el djembé en los garitos nocturnos. La desgracia de Tarek es que además de ser sirio tiene cara de sirio, y eso, en Estados Unidos, después del 11-S, es un terrible problema que te puede costar caro si no llevas los papeles en regla, y a ser posible entre los dientes, para cuando te los exija el sheriff armado de turno. Son cosas de los americanos -piensa uno al acostarse- tan insensibles y paranoicos. Pero pocas horas después, al despertar, uno desayuna con la noticia de que están empezando las deportaciones pactadas por la UE. Los están barriendo, literalmente, a los refugiados sirios, como quien barre bichos de la cocina hacia las fronteras de Turquía.  Era una vergüenza lo que ocurría en The visitor, y es una vergüenza lo que está ocurriendo esta misma mañana nueve años después de la película, al otro lado del mar, sin que el papel de los malos lo desempeñen unos americanos de expresión hosca y gatillo fácil. 



Leer más...

Vías cruzadas

🌟🌟🌟

Ocho años antes de jugarse el pellejo en Juego de Tronos, Tyrion Lannister llevaba una vida secreta vendiendo trenes de juguete junto al anciano Henry, en la vieja tienda del barrio. Una mala tarde de las que anunciaba Chiquito de la Calzada, Henry fallece de un infarto, y Tyrion Lannister se ve obligado a cambiar de aires y de menesteres. El viejo Henry, que no le olvidó en sus últimas voluntades, le ha legado un cuchitril que hace las veces de apeadero en medio de la nada, al lado de una vía férrea que atraviesa el estado de New Jersey. Con una mano delante y otra detrás, Peter Dinklage tendrá, al menos, el consuelo de ver pasar los trenes. Igual que otros matamos el aburrimiento viendo películas o aficionándonos a cualquier deporte que pasen por la tele, nuestro personaje salva los días estudiando los mil pormenores de los ferrocarriles norteamericanos, como un idiot savant que en este caso no tiene nada de incapacitado. 

    Cuando todo hace presagiar un futuro de anacoreta obsesivo, aparecen en el apeadero dos personajes que también caminan sin brújula por la existencia, y que van a fraguar una bonita amistad con sabor final a ménage à trois: un vendedor de truck food que se ha buscado la peor ubicación comercial del planeta, y una mujer en fase depresiva que siempre pasa por allí camino de sus quehaceres, atropellando a los viandantes con sus antológicos despistes al volante. Es por eso que aquí en España, sin desviarse mucho de la sustancia, alguien tuvo la feliz ocurrencia de titular la película Vías cruzadas, porque lo que sucede en el apeadero es que tres trenes que vagaban sin horario y sin rumbo colisionan amigablemente para fundirse en un abrazo, y reposar el amasijo de hierros lamiéndose las heridas, y escuchándose las penas. Una bonita y tontorrona historia de amistad con la que empezó a hacer fortuna Thomas McCarthy, el tipo que nos regaló la mejor película del año, Spotlight, de la que todavía se habla largo y tendido en los conciliábulos cinéfilos y anticlericales. Le tenemos muy presente en nuestras oraciones, a don Thomas.




Leer más...

La verdad

🌟🌟🌟

En plena campaña electoral del año 2004 -la que enfrentó a George Bush hijo con John Kerry padre- el informativo 60 minutes de la CBS se hizo con unos documentos que demostraban que el hijísimo había eludido la Guerra de Vietnam gracias a los enchufes petroleros de su padre, magnates orondos, y generales complacientes, que lo destinaron a un cómodo puesto en la Guardia Nacional. 

Los documentos, para más inri, venían a decir que el futuro compiyogui de Ánsar aplazaba sus obligaciones cuando le apetecía, y que incluso terminó su servicio militar antes de tiempo, sin que nadie le castigara con limpiar las letrinas o marchar desnudo por el monte. Un escándalo de prerrogativas que aquí en España casi nos haría hasta gracia, acostumbrados desde los Austrias a que sólo los pobres se jueguen el pellejo en las batallas, pero que allí, en Estados Unidos, donde estas cosas del favoritismo están muy mal vistas, levantó ampollas entre los televidentes y casi dio un vuelco electoral a las encuestas.

    Y digo casi -y ahí empieza el meollo de La verdad, la película que narra aquellos enredos periodísticos- porque resultó que al final aquellos documentos no eran trigo limpio. La blogosfera conservadora, que cuenta con legiones de voluntarios que luchan contra el rojerío, rápidamente puso en duda la veracidad de ciertas abreviaturas, de ciertas tipografías improbables en la década de los 70. Y aunque el fondo del asunto tenía toda la pinta de ser verosímil, los documentos probatorios se quedaron en el limbo de lo cuestionable. Al revés de lo que dijo nuestro entrañable Mariano sobre los papeles de Bárcenas, todo en aquellos expedientes de George Bush parecía ser cierto, salvo alguna cosa. Y con esa "pequeña cosa" empezó el viacrucis de los responsables de 60 minutes, tipos prestigiosos y combativos a los que yo creo a pies juntillas, y que todavía aseguran que a ellos no les condenó la mala praxis, sino el escozor de un dedo puesto en la llaga.

Mary Mapes [ante la comisión investigadora]:

- Nuestra historia era sobre si Bush completó su servicio militar. Pero nadie quería hablar sobre eso. Eso es lo que hace la gente en estos días si no les gusta una historia. Te señalan, te gritan. Cuestionan tu política, tu objetividad. ¡Demonios!, tu humanidad básica, y esperan que por Dios, la verdad se pierda en el campo. Y cuando todo acaba finalmente, y han paseado y gritado tan alto, ya ni siquiera podemos recordar cuál era el asunto.


Leer más...

Jarhead

🌟🌟🌟

Siempre que veo una película de soldados haciendo la instrucción me acuerdo, irremediablemente, del sargento Arensivia de Historias de la Puta Mili, aquellas aventuras que Ivá dibujaba en El Jueves para reírse del secuestro que los mandamases llamaban "deber patriótico", y preparación para una inminente invasión de los norcoreanos.

    Hoy por la tarde, mientras veía las desventuras del soldado Swofford en Jarheadtambién he recordado  aquella frase de Woody Allen en la que siempre me he reconocido:
    "No me aceptaron en el Ejército, fui declarado inutilísimo. En caso de guerra, sólo valdría como prisionero".

    A mí el ejército no me declaró inutilísimo a pesar de mis dioptrías, y de mi cara de bobo, y de mi torpeza mítica con las manos, que era conocida en todo León menos en los cuarteles. Así que fui yo quien tuvo que declarar inutilísimo al propio ejército, y buscar refugio en la objeción de conciencia, que duraba más tiempo de reclusión, pero que al menos te alejaba de las novatadas, de los esfuerzos físicos, de las voces psicotizadas de los sargentos chusqueros. Luego, para mi bien, antes de presentarme en mi puesto de bibliotecario en la Universidad, llego Ánsar -manda huevos- y por algún oscuro cálculo económico, o porque le salió de los mismísimos cojones un día que estaba haciendo flexiones, dijo que la mili y sus sucedáneos se habían terminado, y que todos a casa, señores, a votar al Partido Popular en agradecimiento, que algunos hasta lo hicieron y todo, y siguen haciéndolo, en conmemoración suya.


    Como me sucede en muchas ocasiones, yo comparecía ante el ordenador para hablar de Jarhead y al final me he ido por los cerros de mi propia vida, recordando episodios tontos. Pero es que las películas como Jarhead, la verdad, y no lo digo por vagancia, ni por ir terminando esta entrada, hablan por sí solas. Si convenimos en que la guerra es una mezcla de horror y estupidez, y que el horror ya tiene su obra maestra en Apocalypse Now, Jarhead, con esos soldados de la I Guerra del Golfo que jamás llegan a ver al enemigo, y que entretienen sus días jugando al fútbol americano con máscaras antigás, es una descripción bastante verosímil de la idiotez supina que supuso aquel despliegue, aquella mascarada que sólo sirvió para que los negociantes de lo bélico se forraran a costa del erario público. Para robar, con himnos patrióticos, a los mismos panolis que luego reciben a los soldados agitando la banderita.


Leer más...

La juventud

🌟🌟🌟🌟

Decir que uno, a los cuarenta y cuatro años, ya se considera inmerso en la decadencia es una licencia poética que sólo escribo en los días más tristes. Un gimoteo que utilizo para desahogarme, y para llamar la atención de las damas sensibles, a ver si alguna me adopta. 

Mi lamento, por supuesto, tiene mucho de exageración, pero también posee una almendra de verdad. Es evidente que a mi edad, razonablemente sano, pasablemente lúcido, no voy por ahí derrengado, achacoso, más pendiente de las obras municipales que de las piernas de las mujeres. Pero hace tiempo, desde luego, que coroné el puerto de la plenitud, y ahora, con más o menos garbo, voy sorteando las enrevesadas curvas del descenso. Allí en la cima tuve un hijo, escribí un libro y planté varios pinos descomunales, fibrosos, muy bonitos algunos. Ahora que ya no fabrico nada -salvo estas líneas tontas de cada día- me dejo llevar por la pendiente hasta que un día me pegue la gran hostia en una revuelta, o alcance, si tengo suerte, la línea de meta, que espero que esté muy lejos, a tomar por el culo si es posible.

    Así las cosas, pre-decadente y pre-viejo, he encontrado en las películas de Paolo Sorrentino un motivo para la reflexión, y también, de paso, para el disfrute visual, porque son obras de una belleza hipnótica, ocurrencias muy personales en las que yo extrañamente me reconozco, sin comprenderlas del todo, como quien vive un sueño propio rodado por otro fulano. Los personajes de Sorrentino son ancianos de verdad, no poéticos ni fingidos, pero encuentro en ellos una rara afinidad que empieza a preocuparme. 

   Me sucede con el Jep Gambardella de La gran belleza, por ejemplo, o con este par de amigos que conviven en el balneario de La juventud, que son tipos a los que ya les puede el cinismo, la melancolía, la pasión inútil por las cosas perdidas. Y uno, que vive a varias décadas de distancia, siente, sin embargo, que estos desgarros del ánimo ya le afectan en demasiadas ocasiones. Como si la vida se hubiera terminado de sopetón, y sólo quedara el paso de los días, y la simple curiosidad por los acontecimientos. 

    Seguramente exagero mucho, y me dejo llevar por la literatura barata, y por la lluvia en el cristal. Pero estos males del espíritu, aunque todavía estén en estado embrionario, son fetos terroríficos que ya viven en mi barriga como aliens del espacio, y a veces sueltan una pataditas que me dejan el estómago hecho unos zorros, poblado de mariposas negras que revolotean. Como murciélagos en la batcueva de Gotham City.


Leer más...

Solos en la madrugada

🌟🌟🌟

Un año después de triunfar con el fenómeno sociológico -y pechológico- de Asignatura pendiente, José Luis Garci repitió fórmula con Solos en la madrugada. En esta segunda parte de "La Transición según José Sacristán", Pepe, de día, vestido, llama al deber ciudadano de los demócratas, mientras que Pepe, de noche, desnudo, comparte sábanas con bella señoritas a las que les habla del amor en los tiempos del cólera.

Su personaje es un locutor de radio que hace fortuna maldiciendo los tiempos perdidos y las oportunidades robadas. Pero que anuncia, a cambio, los nuevos horizontes que están por venir y por disfrutar. Los nuevos aires de libertad que a los cuarentones de su generación, ay, ya les van a coger un poquitín tarde, atados a los hijos, a la mujer, a la suegra, al trabajo aburrido pero insoslayable que les da de comer y les paga las facturas.

    Fueron ellos, la generación castrada del franquismo, los que convirtieron Solos en la madrugada en una película de culto para los progres, porque se veían reflejados en las cuitas y en los sueños rotos. Y sobre todo -no vayamos a engañarnos- porque Fiorella Faltoyano y Emma Cohen, como las actrices francesas de Perpignan, comparecían largos minutos con el pecho descubierto tras el orgasmo. A solos en la madrugada sólo le faltó el desnudo de María Casanova para convertirse en un concurso de Miss Tetas 78, en el que la señorita Emma Cohen, a mi modesto entender, hubiera merecido el máximo galardón. 

    El final de los setenta fue un tiempo de despelote, sí, y de socialismo promisorio. Si alzabas la nariz al viento casi podías respirar la libertad sexual, que venía de Francia, y la sociedad del bienestar, que venía de Suecia, como las suecas. En las películas de José Sacristán y sus amantes encamadas parecía inaugurarse un tiempo próspero y venturoso. Y hubo una pequeña fiebre de euforia, sí, cuando Felipe y Alfonso se asomaron al balcón en aquella noche electoral. Pero las aguas del nuncafollismo y del capitalismo volvieron rápidamente a su cauce. El mismo José Luis Garci, que iba de erotómano y de progresista, terminó años después riéndole las gracias al megalómano del bigote, al que imagino con los pies reposados sobre un puff mientras lo recibía en la Moncloa, y lo remiraba de arriba abajo mientras preguntaba a un asesor: "¿Éste no era el progre que antes hacía películas donde se pedía el voto para Tierno Galván?"



Leer más...

Macbeth

🌟🌟🌟🌟

Sólo era cuestión de tiempo que alguien versionara el texto de William Shakespeare con la estética arrolladora de Juego de Tronos. Porque qué es, en el fondo, Juego de Tronos, sino un enredo muy shakesperiano de reyes y espadas, familias y honores, en una tierra brumosa de los Siete Reinos que se parece sospechosamente al mapa de la Gran Bretaña.

    Los textos de William Shakespeare -o de quien los firmara con su nombre- siguen de rabiosa actualidad porque describen pasiones eternas, y personajes arquetípicos, y en cuatro siglos nada ha cambiado en la evolución de los homínidos, que seguiremos con los mismos defectos y las mismas virtudes hasta que las ranas críen pelo, en otra evolución paralela y lentísima. Todos los días, en el periódico, viene algún señor Macbeth cometiendo tropelías porque la señora Macbeth, allá en el dormitorio, le ha prometido noches de blanco satén si traicionaba al amigo o se pasaba la ética por el forro. Detrás de un gran hombre suele haber una gran mujer, dicen, y detrás de cada chorizo o de cada mentiroso suele haber, también, una pájara de mucho cuidado que sueña con un chalet en la playa o con una universidad americana para los hijos. El matrimonio Macbeth está muy presente en la alta política, y en las altas finanzas, y hasta dicen que el mismísimo Caudillo vivía malmetido por doña Carmen, la lady Macbeth de  El Pardo. Que él, Paquito el asesino, dejado a su libre albedrío, se hubiera quedado tan feliz en la cabila, compadreando con los legionarios y disparando a los moros de vez en cuando por matar el gusanillo patriótico y echar unas risas en el cuartel.

    Qué decir, entonces, de esta nueva versión de Macbeth, que es a lo que yo venía. Pues que hay hostias como panes, y muertos a gogó, y extrañas imágenes que son muy hermosas de ver, lo mismo en el remanso de la paz que en la salvajada de la guerra. Y que sale Marion Cotillard haciendo de lady Macbeth, y que yo, por una mujer así, como el bueno de Fassbender, también cometería fechorías sin nombre. De las que luego, claro está, habría que arrepentirse con un mínimo de decencia, pero con el cuerpo ya muy bailado.




Leer más...

Trumbo

Cuando veo una película de rojos perseguidos por el poder, me sale la vena bolchevique que tantos disgustos me ha dado, y que tantos lectores -porque aquí seguimos los cuatro gatos de siempre- me sigue costando. Para mí, cuando insultan a un buen izquierdista en la pantalla, es como si apalearan a un perrete, o robaran el bolso de una anciana, y mi cuerpo astral -no el otro, ya muy baqueteado, que se queda de brazos cruzados en el sofá- salta como un energúmeno para defender al pobre hombre, o a la pobre mujer, que sólo quería una sociedad mejor repartida, o que le pagaran un sueldo digno por su trabajo.



    Después de ver Trumbo, que es la caída y auge de Dalton Trumbo en el apartheid de la Caza de Brujas, yo venía aquí para soltar un discurso muy encendido en defensa del izquierdismo norteamericano, en plan Howard Zinn o Noam Chomsky. Denunciar el silencio, la marginación, la persecución incluso de quienes se atrevieron a cuestionar el sueño americano, que ha sido prodigioso en sus avances tecnológicos, y aberrante, en sus repartos de la riqueza. Yo venía aquí para cagarme en la Caza de Brujas, en sus oscuros promotores, y en sus execrables chivatos. Y quedarme insatisfecho, pero relajado. Pero todo esto ya está muy contado, e insultado. Los escasos lectores que me siguen son personas cultivadas que ya conocen de sobra tales desmanes, y sólo venían aquí por la curiosidad de saber algo más sobre Trumbo, y por verme armado de florete, lanzado estocadas a mi diestra, para defender el honor de las causas perdidas.
    Y para causa perdida, ahora que ya pasaron los grandes premios, la actuación de Bryan Cranston. Soberbia. De Oscar, si este año, para enmendar errores anteriores, no hubieran agasajado a Leonardo DiCaprio. Por salvar a un justo, jodieron a otro.  



Niki: Papá, ¿Eres comunista?
Dalton Trumbo: Sí
Niki: ¿Está prohibido eso?
Dalton Trumbo: No
Niki: La señora del sombrero grande dijo que eras un extremista peligroso. ¿Es verdad?
Dalton Trumbo: ¿Un extremista? Puede ser... Yo amo nuestro país. Y el gobierno es bueno. Pero todo lo bueno puede ser mejor, ¿no te parece?
Niki:¿ Mamá es comunista?
Dalton Trumbo: No
Niki: ¿Y yo?
Dalton Trumbo: Hagamos la prueba oficial, ¿quieres? Mamá te prepara tu almuerzo preferido...
Niki: Sandwich de jamón y queso...
Dalton Trumbo: Y en la escuela, ves a alguien que no tiene almuerzo. ¿Qué haces?
Niki: Lo comparto
Dalton Trumbo: ¿Lo compartes? ¿No le gritas que vaya a trabajar?
Niki: No
Dalton Trumbo: ¿O le ofreces un préstamo al 6%? Eso sería inteligente.
Niki: Papá...
Dalton Trumbo: O ignoras a esa persona y ya...
Niki:¡No!
Dalton Trumbo: Bueno, bueno... Eres una pequeña comunista.




Leer más...