Alicia en las ciudades

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Félix Winter es un escritor alemán que viaja por Estados Unidos en busca de la inspiración literaria. Durante semanas, con el coche, en una de esas road movies que tanto le gustan a Wim Wenders, Félix recorre autopistas y ciudades, gasolineras y desiertos, y por las noches -porque el presupuesto de su editorial es limitado, y porque allí, además, reside la esencia cultural de los americanos- duerme en moteles de carretera que dejan pasar todo el ruido de los camiones. A Félix este detalle sonoro no le incomoda demasiado, porque termina las jornadas agotado. Además, como es un tipo extrovertido, melenudo rubio como una estrella del rock and roll, suele dormir acompañado de bellas señoritas a las que camela con su prosa, y con su verso, y con la cámara de fotos que siempre lleva colgada del cuello.

Entre la fotografía y el folleteo, a Félix se le acaba el plazo para entregar un texto que satisfaga a su editorial, y ésta, en consecuencia, decide repatriarle a su Alemania natal. Y allí, en la agencia de viajes, haciendo cola para comprar su billete de vuelta, Félix conocerá a Lisa, otra bella germana que viaja por el mundo con su hija Alicia. Félix, por supuesto, que es un macho exitoso de los que nunca descansa, trata de camelar a su guapa compatriota, y el destino, juguetón, siempre favorable a estos depredadores, le otorgará una oportunidad en forma de huelga de controladores aéreos, y de habitación de hotel compartida mientras los tres esperan el vuelo del día siguiente. Pero esta vez, Félix, que iba de nuevo a por lana, va a salir trasquilado. Porque Lisa vive enganchada de otro amor, americano y problemático. Tan enganchada, tan obsesiva, que a la mañana siguiente desaparecerá del hotel y le dejará a Félix el encargo de volar a Europa con su hija, y de hacerse cargo de ella mientras se resuelve el sudoku de su corazón.

Ahí empieza, propiamente dicha, Alicia en las ciudades, que es otra road movie por las ciudades de Holanda y de Alemania, en busca de la abuela de la chavala. Porque Lisa, la madre, no termina de aterrizar en Europa, perdida en sus laberintos amorosos, y porque Félix, lejos de renunciar a la “custodia”, empieza a comprender que la novela que estaba buscando la tiene delante de las narices...

(Me he quedado dormido, hacia la mitad del metraje... No son días para Wim Wenders y su -vamos a decirlo así- estilo documentalista. Pero algo en mi interior se quejaba mientras dormitaba, alertándome de un cinéfilo desperdicio. Recobré la compostura. Rebobiné. Bostecé un par de veces. Y cuando menos me lo esperaba, me encontré con un final bellísimo... Conmovedor).