Pelo malo

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Hay madres que no quieren a sus hijos. Pocas, pero las hay.ñ Aunque parezca una monstruosidad, una violación de los mandamientos naturales. Madres que los sienten ajenos, como si no fueran propios, sino alquilados, transitorios, y los estuvieran cangureando para hacerle un servicio a otra mujer. Muchas de ellas son madres responsables que los cuidan, los protegen, los introducen poco a poco en el tráfago de la vida, pero en realidad no sienten el apego que la biología les demanda. Algunas se sienten culpables y otras lo llevan como pueden. Algunas ni siquiera se dan cuenta de esa falta de sentimiento. A veces, tras el nacimiento, la impronta no se produce y se aplaza sine die. Y nunca llega. Otras veces, el desapego es un sentimiento progresivo, que va surgiendo en la crianza y tiñe de sombras el amor primero. Una decepción, un hartazgo, un encontronazo de caracteres sin solución...



    Habría que preguntarle a Marta, la protagonista de Pelo malo, cuál es su particular desencanto con Junior, ese niño recalcitrante que se alisa los rizos con mayonesa para jugar a ser cantante de éxito ante el espejo. Uno de pelo largo, melenudo, brillante, como su compatriota José Luis Rodríguez, un puma del micrófono que deje patidifusas a las nenas... O a los nenes, ojo, porque Marta -que ya está hasta los ovarios de su crío por otros asuntos, y que además tiene otro pequeñajo que alimentar, y se gana la vida por Caracas en trabajos miserables, y aguanta el trato vejatorio de empleadores que sólo prometen laburo a cambio de sexo- tiene, además, que apoquinar con la sospecha de que su hijo está entrando en las tinieblas de la homosexualidad, que diría el señor cura de la parroquia. Y tal sospecha, que en principio no debería subvertir el amor de una madre, en Marta es como la gota que colma el vaso de una desunión, de un principio de renuncia...