Los Increíbles 2

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La vida moderna es un programa de humor que te convalida varias asignaturas de la carrera de Sociología. En ella, el catedrático Quequé tiene una sección habitual que se titula “Cómo hemos cambiado”, y que es un canto a los avances cívicos de nuestra sociedad. De todos modos, es evidente que los bárbaros todavía no han sido domesticados del todo. Todos los días, en este país, se insulta a un negro, se explota a una mujer, se humilla a un homosexual, se echa a un deficiente de un bar porque da mala imagen al negocio... Los bárbaros siguen siendo la mayoría silenciosa en este país, descendientes muy poco mestizados de los vándalos que entraron a saco tras las legiones romanas y esparcieron por la Península su semilla poderosa. Creemos, con inocencia, que las buenas gentes son mayoría porque en los medios decentes todo el mundo escribe con raciocinio y sensibilidad. Pero basta con salir a la calle, entrar en un bar o darse un paseo por Internet, para saber que van a pasar varias generaciones, casi tantas como en un pasaje plúmbeo de la Biblia, para que esto se parezca a una sociedad de la que poder presumir sin rubor.

    Y sin embargo, como demuestra Quequé en su sección, tirando de hemerotecas y del archivo sonrojante de Radio Televisión Española, viajamos a una velocidad sorprendente, hiperespacial, alejándonos de clichés que eran norma hasta hace nada y que ahora nos parecen antediluvianos y ridículos. “¡Al loro, que no estamos tan mal!”, dijo una vez Joan Laporta en frase inmortal. Y era cierto. La presencia de mujeres en ámbitos donde antes ni estaban o eran personajes secundarios, es un asunto que mejora a una velocidad próxima a la de la luz, aunque nos parezca que no terminamos de despegar de este planeta perdido en la galaxia. En Los Increíbles 2, por ejemplo, es la heroína quien se juega el pellejo para salvar al mundo mientras el maromo se queda en casa cuidando a los retoños. Y no nos choca. Y casi no caemos en la cuenta de lo extraño que era esto hace poco, en nuestras pantallas. El día que no tengamos ni que mencionarlo la batalla habrá sido ganada. Antes estas cosas sólo pasaban en el cómic underground, en el teatro alternativo, en las películas rarunas y descacharradas que Quentin Tarantino veía en su famoso videoclub de Brooklyn...