Black Mirror: Striking Vipers

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Muchos hombres que yo conozco -que son habituales de la barra del bar y de la grada del fútbol- se pondrían muy indignados si alguien cuestionara su orientación sexual. Heterosexual, y heteropatriarcal, patriosexual en definitiva, afianzada desde los tiempos de los antepasados con cachiporra. Ellos, que todavía le llaman maricón al árbitro cuando no pita el penalti, o nenaza, al delantero centro, cuando no mete la pierna en el remate… Que a sus hijos, cuando juegan contra  las niñas en la liga alevín, les dicen que sería todo un deshonor perder contra ellas. Estos machos de la pedanía no entenderían nada de lo que sucede en este episodio de Black Mirror, donde dos hombres hechos y derechos, expertos en el ligoteo con señoritas muy bellas, uno de ellos incluso casado, se dejan llevar por la realidad virtual y descubren, en el Second Life de un juego de mamporros, una playa recóndita donde dejarse llevar por el pecado nefando.




    Yo, sin embargo, veo el episodio -que está entretenido y tal, pero que vuelve a demostrar que Black Mirror ha perdido toda su carga distópica- y no sería capaz de poner la mano en el fuego, y de decir que no, que nunca jamás, muy viril y machote, como un gorila aporreándose el pecho en mitad de la selva. Sospecho, como decía Cecilia Roth en Todo sobre mi madre, que en realidad todos nacemos un poco bolleras.  Y que, simplemente, a los convencidos de una orientación determinada, la vida no nos ha puesto en la tentación opuesta, en ese deseo que nos cogería totalmente por sorpresa. Que lo que creemos una sexualidad afirmada, recta, sin equívoco posible, tal vez sólo sea la ausencia de oportunidad. El fruto de nuestra propia cerrazón… No sé. De momento, eso es un hecho, nunca he sentido deseo por ningún hombre, y supongo, ay que dentro de unos años, cuando llegue la pitopausia, ya tampoco lo sentiré por las mujeres, o uno muy apagado, un pensamiento reflejo más que un acto de voluntad; un rescoldo, más que un fuego verdadero y ardiente. Como el que ahora, todavía, afortunadamente, me mantiene vivo.