El joven Ahmed


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El joven Ahmed es un pajillero de tomo y lomo. No le queda otra. Más bien feo, amendrugado y con gafitas de nerd -una especie de Ned Flanders devuelto a la pubertad- al pobre Ahmed le espera una adolescencia plena de desengaños amorosos. Y lo peor es que esas adolescencias dejan trauma y cicatriz. Un moho en el ánimo. Cada mujer que conozca de adulto será un canguelo en las tripas, una tartamudez que le trabucará la lengua y el pene. Ahmed todavía no conoce su destino funesto, pero es posible que lo barrunte, que lo presienta como un perrete que ventea el peligro.



    El joven Ahmed, con su desconcierto sexual y su cara de panoli, es el adolescente ideal con el que sueñan los buitres sacerdotales, siempre al acecho de cadáveres inseguros a los que poder hurgar entre las tripas. Si Ahmed fuera católico y viviera en Villanabos del Páramo, a buen seguro que el cura de la parroquia trataría de convencerle de los valores supremos de la castidad: “Los que ligan con las chicas son pecadores; tú eres distinto y mejor que ellos; la visión beatífica de Dios es un placer incomparable al del sexo…” El engañabobos que llenó durante siglos los seminarios, con las funestas consecuencias que todos conocemos. Pero Ahmed es musulmán, vive en un barrio marginal, y el cura de su parroquia es un imán que quiere iniciar la nueva yihad en el corazón de Europa. Los demás chavales de la mezquita vienen y van, seducidos al mismo tiempo por la vida de Occidente y por la religión de sus padres. El imán ya les ha contado que si mueren en la yihad les esperan 72 vírgenes a cada uno, en el Cielo, bellísimas y complacientes además, pero todos, menos Ahmed, prefieren los pájaros en mano de la realidad que los ciento volando de la fantasía. Ahmed no tiene otra: si quiere follar, ya sabe lo que le toca. Ver vídeos de mártires, procurarse un arma, un objetivo, y echarle un par de huevos al asunto…

    Es mi interpretación particular de este tostón de película. La he visto medio dormido, más pendiente de la histeria coronavírica que de otra cosa. El análisis sociopolíticoeducativo se lo dejo a las mentes más preclaras. Llevo años jurando que jamás volveré a ver una película de los hermanos Dardenne y aquí sigo, como un panoli, engañado una vez más por la publicidad.