Futurama. Temporada 3

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Esta mañana, al levantarme, he recordado que tenía un condensador de Fluzo guardado en el trastero. Los regalaban a la salida del cine, en 1985, cuando salías de ver Regreso al Futuro en pleno flipe, con los colegas, y te disputabas el adjetivo más sonoro, el elogio más malsonante, “qué de puta madre, tío”, mientras mirabas a las chicas de reojo y escuchabas atentamente sus conversaciones, a ver si alguna se había perdido en el tema de las paradojas temporales y tú, con amabilidad, en plan servicio público, no para ligar y esas cosas, podías explicarle lo que decía Albert Einstein sobre la aceleración y la deformación del espacio-tiempo…

    El condensador de Fluzo era de mentira, claro, un trozo de cable en Y metido en una caja de plástico transparente. Tan de mentira que quizá lo soñé, que me lo regalaban, en el vestíbulo del Teatro Emperador, para que lo pusiera en el coche de mi padre -que tampoco tuvimos nunca- y jugar a que si pasábamos de 140 kms/h por la autopista nos íbamos de viaje a las Cruzadas, o al año 10.600 de nuestra era, cuando quizá, por el turno rotatorio, ya les toque a los etíopes o a los somalíes ser los amos del mundo.



    Sea como sea, yo, esta mañana, me he encontrado un condensador de Fluzo donde guardo los juguetes que nunca tiraré. Si ha sobrevivido a las mudanzas del trabajo o del desamor, o si ha aparecido por una intervención divina de san Emmett Brown, patrón del Taxista Interespacial , será cuestión que habrán de aclarar los exégetas del futuro. Los biógrafos de mis singulares andanzas.

    He sacado el condensador de Fluzo de la caja, lo he metido un par de segundos en el microondas -a ver a qué época me llevaba, por azar, cualquier cosa menos el marasmo amenazante de estos días-, y he aparecido justo en el año 3002 de nuestra era, en el mundo de Futurama, quizá porque al otro lado del salón-comedor, en la tele, me había dejado el DVD puesto de ayer por la noche. Otro se hubiera llevado un susto del copón, al ver la Tierra tomada por extraterrestres, tan sucia como siempre, hiperpoblada, más que superpoblada, con gente que no parece haber aprendido nada de toda esta movida, y de las otras que nos habrán golpeado en los mil años que nos quedan. Yo, en cambio, me he sentido tan a gusto, como en casa, en el mundo de Fry y Bender, porque ya son muchos los episodios, y mucha la familiaridad, y el cariño, que tengo con ellos. Y, porque además, no me llevo a engaño. Estos días me han preguntado ya cien veces por las redes sociales: ¿vamos a aprender algo de todo esto? La respuesta, obviamente, es no. El homo sapiens no da para más. El capitalismo y la estupidez no habrán alcanzado el famoso “pico” ni siquiera en el año 3002. Queda mucho por remar. Y las mutaciones del ADN, ay, que podrían transformarnos en otra especie más luminosa, son más lentas que los caballos de los malos.