Colgar las alas

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Jesús, en su despedida, antes de elevarse en vertical hacia los Cielos, como un Harrier de la RAF, o  como Mando el mandaloriano, dejó dicho a los apóstoles que volvería. Pero no puso fecha de regreso. Algunos pensaron que sería el siguiente fin de semana, y otros, menos entusiastas, que allá por el año 1000, para poner números redondos a la efeméride. Hay quien afirma, incluso, que Jesús ya ha cumplido su promesa, y que en realidad estamos todos muertos creyéndonos vivos, porque la segunda venida del Señor, la Parusía, traerá consigo el fin de la Historia. Será la derrota del Anticristo, sí, pero también la calcinación de la Tierra, que ya quedará inhabitable para los cuerpos y las almas.

    Yo no creía en estas cosas hasta que vi lo que vi, aquel 4 de octubre del año 2009. De niño sí creía, claro, porque estábamos a todas horas con el Catecismo, con el libro de Religión de Edelvives, tomando por milagros lo que sólo eran fábulas de pescadores barbudos en el Tiberíades. Pero luego me hice un ser racional, renegué, vagué durante años por las tinieblas, hasta que ese día contemplé el milagro de Iker por la tele, en vivo y en directo, sin trucos ni efectos especiales. Y aunque no me caí del caballo, sí me caí del sofá, del susto, y de la perplejidad. Y allí, en el suelo, traspasado por el rayo divino, lloré lágrimas de arrepentimiento, desgarré mis vestiduras, y prometí hacer una peregrinación andando al Santiago Bernabéu, que luego hice en coche con unos amigos, para ver un partido contra el Atleti.

    Casillas -y ahí están las imágenes para demostrarlo- estaba cubriendo un palo, en la portería del Sánchez Pizjuán, pero cuando Perotti le remata a bocajarro, él ya está en el otro, transustanciado en sí mismo, teletransportado, ubicuo, milagroso... Jesucrístico. Ahí, justo en ese instante, comprendí que la Parusía se había producido en Móstoles unos años atrás, y que Iker Casillas era el Clark Kent disimulante de nuestro Señor.

    Una vez les dijo Casillas a los periodistas: “Yo no soy galáctico: soy de Móstoles”. En el evangelio que ya estoy redactando a orillas del Sil, ése será el versículo 5 del capítulo 10. Será la parábola de los modestos. Espero que me dé tiempo a terminarlo, porque el día que muera Iker se acabará el mundo. Ya estuvimos a punto cuando sufrió aquel infarto traidor. Rezo todos los días por él. Usted debería hacer lo mismo.