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Un día del verano de 2013 pasé por Petra, Mallorca, camino de
un merendero donde los mallorquines tienen por costumbre re-desayunar con ensaladilla
rusa y casquerías a la brasa. Y he dicho bien, merendero, porque ellos, por
extrañas razones históricas, o lingüísticas, no lo llaman almuerzo, sino
merienda. Es complicado de explicar... Conducía mi cuñado, claro, porque yo no
tengo carnet de conducir, pero a cambio, en pago por el billete, le iba
contando divertidas historias sobre mis muchos desamores por la red. Tengo
chismes para escribir tres o cuatro novelas si me pusiera a ello.
Pasábamos por Petra, digo, porque el merendero estaba situado
a sus afueras, y al pasar vimos el pueblo engalanado, con carteles que anunciaban
el tercer centenario del nacimiento de Fray Junípero Serra. “¿Y quién es este
fraile tan famoso por aquí?”, pregunté al aire, haciendo ostentación de mi
vasta incultura. Pasamos de largo, re-desayunamos (bueno, merendamos), nos
fuimos a la playa, nos enamoramos de varias extranjeras de Platón, o de Plutón...,
y al volver a casa busqué al fraile de Petra en una enciclopedia voluminosa. El
personaje histórico no me era desconocido del todo, y resonaba en mi memoria
como un conocimiento adquirido pero ya olvidado. Me quedé de piedra, precisamente,
al descubrir, o recordar, que fray Junípero Serra es un padre de la patria
estadounidense, fundador de varias misiones a lo largo de la costa de California.
Píos asentamientos que luego fueron ciudades donde se celebra la Superbowl y se
desatan los desórdenes callejeros. El campanario donde James Stewart sufría su
vértigo incorregible es testimonio de aquellas andanzas de fray Junípero.
El rey de California es una película tontorrona que
cuenta la obsesión de Michael Douglas -de su personaje, mejor dicho- por
encontrar unas monedas de oro que los frailes españoles perdieron en su misión
evangélica. El personaje de Douglas es un tipo bipolar al que su hija, encarnada
por Evan Rachel Wood -y he usado mal lo de encarnada porque ella es un ángel
del Señor- admira y odia a partes iguales. Es lo que tienen las personas bipolares,
que son divertidísimas en las buenas pero insoportables en las malas. O los tomas
o los dejas.
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