My Mexican Bretzel

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Sospecho que si este experimento fílmico titulado My Mexican Bretzel -a medio camino entre el cine, el documental y la filmación en Super 8 de Abraham Zapruder- lo hubiera firmado un hombre, y no una mujer, las críticas vendrían con menos estrellas, y con adjetivos más ponderados. Vivimos una época de discriminación positiva hacia el cine que ruedan las directoras, y eso, como cualquier discriminación positiva, tiene su lado bueno y su lado malo. El lado bueno son películas como Nunca, casi nunca, a veces, siempre, que quizá, de otra manera, sin el empujoncito de una crítica entusiasta, se me hubiera despistado del panorama general. La mejor película que ha pasado en meses por mi televisor... Pero el karma del cinéfilo es insoslayable: la glotonería, la dispersión, el afán de estar al tanto de casi todo, hace que por cada perla que uno encuentra en la playa, luego se corte el pie con un plástico que flotaba. Por cada hallazgo, un tropiezo; por cada noche soleada, un aguacero deprimente. 

My Mexican Bretzel tiene gracia durante los primeros quince minutos. Y tiene gracia porque uno ya veía informado del juego de mentiras y verdades: la directora, Nuria Giménez Lorang, encuentra unos videos caseros filmados por su abuelo, monta las escenas y luego les pone un subtítulo que cuenta una historia que nada tiene que ver con las imágenes, como si usted cogiera el vídeo de su boda, le quitara el sonido, y con el divorcio ya consumado, le diera por subtitular maliciosamente a los personajes que por allí desfilan, vaticinando el desastre y la falta de concordia.

El problema es que son las once de la noche, viene uno derrotado del día, y el primer bostezo insobornable se abre paso a través de la garganta. Las imágenes son bonitas; algunos subtítulos, también; pero esto no da ni para hacer un mediometraje. A uno se le va el pensamiento hacia este abuelo tan rico que vivía en Suiza, que con una cámara en ristre hizo turismo por toda Europa mientras mi abuelo A se dejaba la salud en la fábrica de vidrio y mi abuelo B vendía pollos en un mercado. Yo me apellido Martínez de segundo; esta chica, Nuria, Lorang.