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La sexualidad humana es rara de cojones. Donde los bonobos
simplemente chingan y desfogan el instinto, nosotros, sus bisnietos, hemos elaborado
una contradicción biológica en la que cabe el asco, la castidad, la perversión, la parafilia... La rutina aburrida del sábado-sabadete, que es quizá la práctica más satánica
de todas. Como cantaba Javier Krahe de su esposa ficticia: “su arte de amor es
tan sólo el barroco/las líneas sencillas le dicen bien poco”.
A decir de los antropólogos y los primatólogos -que vienen a
ser, en esencia, la misma profesión- la orgía perpetua de los bonobos es el
Paraíso Terrenal del que se habla en el Génesis. Sexo a todas horas, de buen
salvaje, desprejuiciado y muy benéfico para el miocardio, hasta que llegó la
evolución de las especies a joderlo todo: el homo sapiens, la agricultura, el
afán de poseer y la envidia de los vecinos, y todo eso, simbolizado en el ángel
flamígero, convirtió el sexo en algo oscuro y vergonzoso. El deseo reprimido
que Freud encontró en la cueva del inconsciente. El amor libre, que predicaron
los hippies cuatro millones de años después, y que venía a ser el rescate de
aquella filosofía tan sencilla como jovial. Algún día sabremos qué hizo la CIA con
ellos... Con Freud y con los hippies.
El sexo reprimido es un volcán que nunca sabes por dónde va a
salir. El magma aflora a veces por grietas insospechadas, fallas del terreno
donde no esperabas que pudiera manar la excitación sexual, la erección sorpresiva
del pene o de los pezones. Estos chalados de Crash han encontrado en los
accidentes de coche -y en sus quirúrgicas secuelas, cicatrices y ortopedias- el
puntito morboso que los enciende por dentro como si estuvieran hechos de yesca,
y no de química orgánica. Uno, la verdad, no entiende su parafilia, ni se
excita con ella, pero entiende, de sobra, que tengan una parafilia. El que esté
libre de una rareza que tire la primera piedra. En realidad, aquella parábola
de Jesús en los evangelios versaba sobre las desviaciones sexuales. A mí, por ejemplo,
me ponen cantidubi las orejas sin pendientes.
La otra teoría que viene a explicar estas chaladuras de Crash
es que todos sus protagonistas son tan guapos, y tan guapas, y están ya tan hartos
de follar por los caminos trillados, tan acostumbrados a que les digan que sí
en el Tinder o en la cama de matrimonio, que se lanzan a explorar territorios
salvajes y desafiantes, a ver qué pasa por ahí. Lo mismo que decía, en su monólogo
inmortal, Pablo Calavera de John Lennon, cuando conoció a Yoko Ono.
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