Locomía

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La verdad es que no tenía ninguna intención de ver este documental. Los “Locomía” -o los “Loco Mía”, que así aparecen en algunos rótulos- pasaron por la tele de mi casa como actores muy secundarios del vodevil. Quizá porque nuestra tele era todavía en blanco y negro y nos perdíamos los juegos de colores en vestimentaa y abanicos. Vistos en la vieja Philips del salón, los “Locomía” perdían mucho pedigrí, y como su música era siempre la misma, y el tema de los abanicos pues mira tú, ni fu ni fa, al pasar la novedad el resto no fue más que saturación comercial y parodias de Marte y Trece que eran lo mejor de lo mejor.

Quiero decir que quizá hacía veinte años que no dedicaba ni un solo segundo a estos muchachos de los trajes raros y los zapatos puntiagudos, aunque ellos, en el documental, se crean algo así como los forjadores de nuestra modernidad sexual e incluso artística. Son las cosas del ego, o de la falta de perspectiva.  En mi caso, la preocupación por sus destinos estaba -vamos a decir- en el puesto 13.456 del ránking de mis quebraderos de cabeza. “Ah, sí, un documental sobre los chicos del abanico...” Y poco más. Nada de interés hasta que el amigo de La Pedanía -que estaba más o menos como yo en cuanto a febril entusiasmo- me dijo que no me dejara llevar por las apariencias. Qué había visto la serie con su señora y que más allá del outfit y del bailoteo había una historia muy bien contada, adictiva, de egos que entrechocaban con la fuerza de venados en la berrea.

Y estos venados, de berrea, estaban más o menos todo el año, guapísimos y activos, picaflores y deseados. Después de todo, cuando tienes dieciocho años y formas un grupo musical, y más todavía si lo formas en Ibiza, lo haces para follar a lo grande, saltándole los turnos de espera. Lo de ganar dinero -que al final, junto con los celos, es siempre lo que termina por joderlo todo- ya vendrá cuando hagas cálculos de lo que necesitas para jubilarte con 35 tacos.