🌟🌟🌟🌟
La verdad es que no tenía
ninguna intención de ver este documental. Los “Locomía” -o los “Loco Mía”, que
así aparecen en algunos rótulos- pasaron por la tele de mi casa como actores muy
secundarios del vodevil. Quizá porque nuestra tele era todavía en blanco y
negro y nos perdíamos los juegos de colores en vestimentaa y abanicos. Vistos en
la vieja Philips del salón, los “Locomía” perdían mucho pedigrí, y como su música
era siempre la misma, y el tema de los abanicos pues mira tú, ni fu ni fa, al
pasar la novedad el resto no fue más que saturación comercial y parodias de
Marte y Trece que eran lo mejor de lo mejor.
Quiero decir que quizá
hacía veinte años que no dedicaba ni un solo segundo a estos muchachos de los
trajes raros y los zapatos puntiagudos, aunque ellos, en el documental, se crean
algo así como los forjadores de nuestra modernidad sexual e incluso artística. Son
las cosas del ego, o de la falta de perspectiva. En mi caso, la preocupación por sus destinos
estaba -vamos a decir- en el puesto 13.456 del ránking de mis quebraderos de
cabeza. “Ah, sí, un documental sobre los chicos del abanico...” Y poco más.
Nada de interés hasta que el amigo de La Pedanía -que estaba más o menos como
yo en cuanto a febril entusiasmo- me dijo que no me dejara llevar por las
apariencias. Qué había visto la serie con su señora y que más allá del outfit y
del bailoteo había una historia muy bien contada, adictiva, de egos que
entrechocaban con la fuerza de venados en la berrea.
Y estos venados, de
berrea, estaban más o menos todo el año, guapísimos y activos, picaflores y deseados.
Después de todo, cuando tienes dieciocho años y formas un grupo musical, y más
todavía si lo formas en Ibiza, lo haces para follar a lo grande, saltándole los
turnos de espera. Lo de ganar dinero -que al final, junto con los celos, es
siempre lo que termina por joderlo todo- ya vendrá cuando hagas cálculos de lo
que necesitas para jubilarte con 35 tacos.
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