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No tengo carnet de conducir.
Nunca lo necesité para sobrevivir. Siempre me las apañé para
tener el trabajo a tiro de piedra o a pedal de bicicleta. Supongo que hice de
la necesidad virtud y así me fui conformando. Si por algún revés tuviera que
sacarme ahora el carnet -¡vade retro!- aún tendría cinco años más que el
personaje de Juan Diego Botto, que ya se presenta en la autoescuela con el
arroz pasado y hasta casi socarrado. Lo mío no sería hacer el ridículo, sino lo que
venga después en la escala Fahrenheit.
Ahora mismo, por ejemplo,
en La Pedanía, tengo el colegio a 400 metros, dos supermercados a otros tantos
y la farmacia solo un poquito más allá. Suficiente para ir tirando. Ni los
bares necesito, aunque aquí los haya a decenas. Para eso pago religiosamente el
Movistar +. Luego, si tengo que bajar a Ciudad Capital para ir a los médicos, o para rellenar las burocracias, tengo un autobús cada quince minutos que me deja
allí en otros tantos. Y si no, tiro de la bicicleta, jugándome el pellejo en estas
tierras bárbaras tan distintas de Ámsterdam o de Copenhague.
Cuento todo esto a título informativo, nada más. No para presumir de ecológico o de listillo. Que se lo digan, si no, a mis pobres parejas, que todas llegaron con coche y todas hicieron de chófer para este comodón de la pradera. Sin carnet he ganado calidad de vida por un lado pero la he perdido por el otro. Soy muy consciente de ello. Supongo que son las gasolinas que entran por las que salen.
Solo quería explicar que desde el primer momento me quedé enganchado a esta serie. Mis padecimientos en la autoescuela serían exactamente los mismos que estos de Juan Diego Botto: sus torpezas, sus cabreos, sus comeduras de tarro... Y sobre todo, ese irritante complejo de inferioridad: cómo podemos ser tan listos para unas cosas y luego tan incapaces de llevar un coche como hacen los garrulos de los pueblos y los analfabetos de la ciudad. Es como si ya no pudieras reírte de ellos o mirarles por encima del hombro. Ante el desafío de un volante se tambalearía mi escala de valores. Casi darían ganas de replanteárselo todo. Sería una prueba demasiado exigente.
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