Happy Valley. Temporada 1

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“Happy Valley” es como una película de Ken Loach pero con un psicópata de por medio. Un experimento muy discutible. Pero así viene la moda: si no metes un psicópata en la trama, la audiencia se resiente y cambia de canal. La gente que paga una mensualidad ya no quiere conciencia de clase ni análisis social. Ni siquiera un culebrón turco o venezolano. Eso se lo dejan a las marujas de la tele convencional. Los paganinis de las plataformas ya sólo quieren asesinos, pistoleros, macabrismos... Mondongo variado y música machacona para aflojar el body tras la jornada laboral. 

Jamás un colectivo tan minoritario -al menos los psicópatas asesinos, porque psicópatas del dinero o de la política hay unos cuantos, y son más dañinos cuando montan una guerra por menos de nada- tuvo tanta representación en el mundo de la ficción. Si acaso los astronautas, o los presidentes de los gobiernos, que también son muy pocos y escogidos. A mí, particularmente, los psicópatas ya me cansan. Me quedo con Hannibal Lecter y poco más. Este tarado que hace su performance en “Happy Valley” me parece sobreactuado, metido con calzador. Si ese valle perdido de Inglaterra también tiene su psicópata local, con su colmillo retorcido y su inteligencia diabólica, aquí, en La Pedanía, que es un villorrio muy parecido, también habrá, por pura lógica, un vecino demenciado que anda preparando alguna barrabasada. Y yo no lo veo, la verdad.

“Happy Valley” también se apunta a la moda de no dejar títere con cabeza. Hombre con cabeza, quiero decir. No hay un solo personaje masculino que se salve de la quema. Todos son tóxicos, o violadores, o inmaduros, o gilipollas, o ineficaces, o avariciosos. La panoplia completa. Y empieza a ser cansino también. Un recurso facilón. Del mismo modo que existe el test de Bechdel para evaluar la brecha de género -y pedir que salgan mujeres protagonistas y participativas- habría que inventar, no sé, el test de Rodríguez, para evaluar que las ficciones modernas digan algo bueno sobre nosotros. Somos hombres, es verdad; seres 1.0 que tiramos más bien a lo básico y a lo verraco. Pero jolín.