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Yo también tendría que planificar un último día si tuviera que entrar
en la cárcel mañana por la mañana. Con los amigos, con la familia, con T... O no: puede que renunciara a cualquier
despedida para quedarme en la cama yo solito, encerrado
en mi habitación. Rumiar en silencio mi nueva condición. Hacerme a la idea.
Llorar todo lo llorable. Limpiarme bien el culo. Salir a la calle solo para que
Eddie hiciera sus necesidades. Serían nuestros últimos paseos por La Pedanía.
Por ahí empezaría la
comezón de mi responsabilidad: buscarle a Eddie un nuevo dueño. Como también hace Edward
Norton en la película cuando le caen siete años y un día de prisión y al echar las cuentas comprende que ya nunca volverá a verlo. Para Eddie sería un traspaso definitivo, y no una simple
cesión hasta el final de temporada. O no, quién sabe, porque en la cárcel yo me
portaría bien, sería un tipo amable y condescendiente, de los que nunca monta
broncas y se encierra a leer tan ricamente en su celda. Así que a lo mejor, con
suerte, solo cumpliría dos o tres años de la pena impuesta por el juez. O por
la jueza. Un castigo relacionado con el bolchevismo, seguramente, con la apología justiciera
de la lucha de clases. De ser así, cuando saliera de la cárcel Eddie aún
tendría 10 u 11 añitos y nos quedarían muchos senderos por recorrer, y
muchos sofás por compartir.
Tengo un amigo que
consultado sobre este tema me respondió: “Yo, la última noche, me la pasaría
follando”. Y parece un buen plan, no digo que no, como cuando en las películas va
a estrellarse el meteorito y todo el mundo se lanza al desenfreno. Pero no sé
si mi pito reaccionaría bien ante tan estresantes circunstancias. Demasiada
presión, aparte del futuro negrísimo. Un polvo de despedida, si se tuerce,
puede ser la cosa más triste del mundo. Pero también sé que hablar por mi pito es
como hablar por boca de un completo desconocido. El pito sigue lógicas
extrañas, y jamás se comporta como uno espera con la voz de la razón. Mientras no me
traicionase dentro de la cárcel, vamos bien.
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