Doctor en Alaska. Temporada 1

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En 1999, nueve años después de que el doctor Fleischman se afincara en Alaska contra su voluntad, yo me afinqué por voluntad propia en estos pagos también perdidos de La Pedanía, tras pedir plaza en el concurso de traslados. Iba a ser un destino transitorio, una estación de paso a la espera de regresar a mi patria de León, como Fleischman esperaba regresar lo antes posible a su guarida de Nueva York. Y ya ves tú, el destino, cómo me la tenía reservada...

La sensación que tuve al aterrizar aquí fue muy parecida a la que tuvo el doctor Fleischman en el primer episodio de la serie, al descubrir Cicely a la vuelta de un recodo: saberse de pronto en el culo del mundo. Un entorno de gran belleza natural, sí, pero poblado de gentes muy ajenas a la idiosincrasia personal. Un mundo endogámico y particular, casi impenetrable, centrado sobre todo en la cosa agropecuaria, en el bricolaje hogareño y en el trasiego de alcoholes en los bares repartidos por el pueblo. 

Si el doctor Fleischman camina por los senderos de Alaska con un palo de golf porque echa de menos la vida civilizada de Nueva York, yo, por La Pedanía, en esta 24ª temporada de mis andanzas -porque mi serie nunca fue cancelada por culpa de una enfermedad o de un nuevo traslado- sigo yendo por ahí con un libro en la mochila por si me paro en un parque o en la terraza de un bar. Y un libro, en La Pedanía, es un artilugio tan estrambótico y tan fuera de contexto como un palo de golf entre las montañas y la taiga.

Hay, por supuesto, muchas diferencias entre el doctor en Alaska y el maestro en La Pedanía. Y en casi todas salgo perdiendo... Aquí, por ejemplo, no hay avionetas que piloten señoritas tan guapas como  Maggie O’Connell. Y mi clima, sin duda, es mucho más insoportable que el de Alaska. La Pedanía es un trozo de trópico que algún conquistador trajo de África o de Sudamérica y ya nunca más quiso devolver. Ýo hubiera preferido el exilio casi polar del doctor Fleichsman, entre fríos y nieves, abetos y osos grizzlies, para vivir como un semi-ermitaño en una cabaña de madera.