Crónica de un amor efímero

🌟🌟🌟

Cuando los franceses hablan de amor en sus películas toca guardar silencio, abrir bien los oídos y tomar apuntes en el cuaderno de las tapas rosas. Ahí es donde yo voy acumulando sabidurías para usarlas cuando se presenta una señorita dispuesta a corresponder. Como uno es poco resultón y además poco resuelto para estos menesteres, entre una y otra suelen transcurrir muchos meses de crudo invierno, así que viendo cine francés voy adquiriendo una filosofía de la razón práctica que viene muy bien para no pisar charcos cuando llueve en primavera.

Los franceses, a fuerza de follar más que nadie -¿y si la Torre Eiffel fuera en realidad un polo emisor de magnetismos feromónicos?- han desarrollado todo un corpus doctoral sobre el amor y el desamor. En esos asuntos capitales ellos son nuestros maestros enciclopedistas. Cualquier duda sobre los celos, el cortejo, el poliamor, la separación, el amor libre o el vínculo matrimonial, puede resolverse en alguna conversación de su vasta filmografía. En eso, “Crónica de un amor efímero” es una película que parece dirigida por el mismísimo maestro Rohmer, aquel apolítico de derechas que decidió hablar solo de lo que ocurría justo antes y después de los coitos. 

Yo estaba -ya digo- muy predispuesto a tomar notas de esta historia entre Charlotte y Simon, ella recién divorciada y él conculcador de su matrimonio. Parisinos modernos que reciben el bip, bip, bip de la Torre Eiffel para pasárselo en grande jurando que jamás se enamorarán. El problema es que es una relación inverosímil, asesinada desde el principio por un casting disparatado. Ella, Charlotte, no es una mujer especialmente guapa, pero tiene un algo encantador e irresistible. Es alta, rubia, con la piel blanca y pecosa de las mujeres escandinavas. Carece de prejuicios sexuales y es más lista que el hambre de los lobos. Expuesta en Tinder arrasaría cantidubi entre el personal. Él, en cambio, como san Andrés, tiene cara de bobo y lo es. No tiene ni medio polvo y es bajito y cabezón. Pierde pelo y tarda siglos en desnudarse, acobardado por las circunstancias. En Tinder solo le acecharían las cincuentonas católicas y las mujeres con 25 dioptrías y muy despistadas. Lo digo por experiencia.