La sociedad de la nieve

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Lo jodido no es comerse un cadáver humano si te mueres de hambre. Al fin y al cabo, los católicos -y el avión estrellado en los Andes iba lleno de creyentes- se zampan a Jesucristo cada domingo y cada fiesta de guardar. Porque no es pan, sino carne, lo que entra por sus bocas y alimenta sus espíritus también famélicos y tambaleantes. 

No: lo jodido es tener que enfrentarte al cadáver cuchillo en mano. La partición de la sagrada hostia... Yo mismo soy carnívoro de otras especies porque me niego, conscientemente, a conocer el sistema de producción. Si no, otro gallo cantaría. Una vez tuve una novia que sólo podía comer carne si se la presentaban en forma de hamburguesa. Si la veía fileteada ya le entraban ganas de vomitar. En el accidente de los Andes no se habría comido mi carne, pero sí que me hubiera sacado los ojos.

Quiero decir que en los Andes todos fueron héroes -porque resistir la desesperación ya es un acto heroico de por sí, para el que yo, por ejemplo, no he nacido capacitado- pero los que tomaron el vidrio en la mano y se pusieron a trocear el primer cuerpo son más héroes que los demás. Ellos dieron el verdadero paso hacia la salvación.

Al terminar la película -que sin ser una obra maestra sí me dejó tocado y pensativo- me fui corriendo a la Wikipedia para conocer los detalles del accidente. Lo que descubrí es que es casi imposible caer lejos de cualquier ser humano que anda por ahí de arriero, o de montañista, o de anacoreta de las soledades. Los supervivientes parecían estrellados en el culo del mundo andino, pero en verdad, en línea recta, apenas le separaban unos kilómetros para encontrar la salvación: al oeste el gaucho chileno, y al este, un refugio de montaña que ellos por supuesto no conocían. Les fue matando la nieve y la ladera, pero no la lejanía. 

(Lo raro es que no anduviera nadie de La Pedanía por allí, en el glaciar, con la moto o con el coche. Mis vecinos se levantan con las gallinas y es a lo que se dedican todo el día: a rular. Sabe Dios hasta dónde llegarán antes de que la parienta les ponga la sopa para cenar).