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Holy Spider

🌟🌟🌟

Mientras veía “Holy Spider” he recordado una película parecida de los años 90. Otra true story sobre psicópatas descontrolados y burócratas impotentes. Se titulaba “Ciudadano X”, transcurría en la antigua Unión Soviética y la protagonizaban Donald Sutherland y Stephen Rea. Las autoridades rusas -como éstas de Irán- también se preocupaban por el asunto y se ponían a investigar, pero sin dedicar demasiado tiempo ni recursos. A los tovarich no les entraba en la cabeza que en el País de los Hombres Reeducados hubiera tarados de ese jaez, y se quedaban como paralizados, atrapados en una pesadilla que esperaban olvidar al despertar. 

A los ayatolás de “Holy Spider” les pasa un poco lo mismo: que no conciben a este criminal tan salvaje y contumaz, y lo van dejando correr a ver si se cansa de matar o si se descubre que al final eran unos americanos rodando una película. En todo caso, los ayatolás son mucho peores que aquellos burócratas de “Ciudadano X”. Los comunistas eran unos materialistas que solo creían en la física y en la química, en el Más Acá de la vida y del disfrute, y la muerte de seres inocentes -que no fueran enemigos del Partido, claro- les parecía un atentado terrible contra la razón. En “Holy Spider”, sin embargo, mientras el psicópata asesina prostitutas en la ciudad santa de Mashhad, hay prebostes en Teherán que miran con buenos ojos que un iluminado les vaya limpiando las aceras de mujeres impuras. 

Eso es lo que denuncia la periodista Rahimi en un acto de valentía casi suicida: que entre la incredulidad de la policía y la sonrisilla de los jerifaltes, el “asesino de arañas” va a seguir rulando con su moto hasta que alguien decida nombrarle Héroe de la Patria y Reformador de las Costumbres. Rahimi, por supuesto, tiene toda la razón, pero creo que se impacienta demasiado. Los espectadores occidentales ya sabemos por otras películas que los ayatolás pueden ser unos iluminados que tardan mucho en arrancar, pero cuando pillan al criminal aplican el Código Penal sin andarse con gilipolleces. Ni sí es sí, ni no es no.



 

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Border

🌟🌟

Ahora que sabemos que los cromañones y los neandertales entrecruzaron sus genes en prehistóricos ayuntamientos, y que todos llevamos en nuestro ADN la posibilidad de una nariz de boxeador, o de una ceja de gorila, no es extraño imaginar, como hacen en Border, que en algún rincón de la taiga sobreviva un linaje a medio camino del hombre con ordenador y del hombre con cachiporra. 

    En España, uno se imagina a estos híbridos arando el campo desde hace siglos, en algún villorrio perdido que no conoció ni a los celtíberos ni a los romanos: crodertales, o neanñones, que viven disimulados bajo la boina y bajo la faja, y que farfullan el idioma cuando el turista despistado, o el político que pide el voto, se acerca por allí para recordarles que hay una modernidad al otro lado de las montañas, o del mar de cereal.

    Pero la película Border está ambientada en Suecia, en el paraíso del bienestar, y allí los crodertales hace tiempo que viven entre las gentes, voluminosos y muy feos, pero trabajando por el bien de la sociedad. Hace milenios que los cromañones sacrificamos el olfato para desarrollar el neocórtex que nos trajo el lenguaje y la demagogia. Pero ellos, los grandullones de dientes amarillentos, todavía conservan una pituitaria capaz de detectar el miedo, la vergüenza, la excitación que emana de las glándulas sudoríparas. Es por eso que son muy valiosos como detectives de aduanas, como sabuesos de crímenes horribles. Los crodertales son inteligentes, serios, respetables, pero en los asuntos del corazón les va como el culo, claro, porque no hay fotografía que pueda embellecerlos en los foros del ligoteo, y hasta que no tienen la chamba de encontrarse con uno de sus iguales, y de que surja la chispa del amor, viven enfangados en la soledad y en la incomprensión. 

    Border, más allá de otras consideraciones sociológicas o antropológicas, es una historia sobre la posibilidad de ser correspondido en el amor cuando la vida ya parecía una resignación a la masturbación, y al beso no devuelto de las almohadas.





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