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Amante por un día

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A la universidad no se va sólo a estudiar. Eso se ha convertido casi en un asunto secundario. Tal vez era lo principal en los tiempos fundacionales, en el Renacimiento y tal, cuando los bachilleres iban a estudiar latín y teología, y las mujeres se quedaban en casa removiendo los potajes. Pero ahora, en los tiempos modernos, con la esperanza de vida creciente, y el paro que acecha tras los títulos, y los muchachos y las muchachas que se cruzan alegremente en los senderos del campus, ya no hay ninguna prisa por aprobar las asignaturas. Para sacarse una carrera ahora hay tiempo de sobra, vida de sobra. Da lo mismo tardar cinco que siete años, mientras la economía familiar no se tambalee, o uno se descubra con treinta años haciendo ya un poco el ridículo entre tanta juventud. Pero hasta entonces, mientras el cuerpo aguante, y el dinero alcance, a la universidad se va, principalmente, a follar. Porque el aprendizaje sexual, como el aprendizaje del lenguaje, tiene una ventana de desarrollo, un tiempo óptimo para aprender la técnica, desarrollar la autoestima, cultivar las preferencias... Un tiempo de gozo máximo, en la salud intocada del cuerpo.

    Y mientras salta la liebre, y se concretan las miradas, la juventud se entretiene en los billares, en los pubs, en los botellones del parque semioscuro. Los nativos de la ciudad y los venidos de fuera confraternizan en los pisos de estudiantes con la excusa de que hay unas asignaturas que cursar, y un futuro que ganarse. El campus universitario es una gran casa de citas donde las parejas se conocen y se intercambian, y lo otro -las aulas, las bibliotecas, los laboratorios- sólo está puesto para disimular. Incluso hay catedráticos que aprovechan esta primavera sexual para escabullirse un poco de su triste otoño, y reverdecer viejos laureles con alumnas de muy buen ver, arrobadas ante la sabiduría que emana de sus canas.

    De todo esto va Amante por un día, pequeña, incisiva, muy estimable película. Franceses que hablan sobre el amor y luego lo practican. Los maestros consumados, en ambas artes. 





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