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Nunca vi una mujer más guapa que Julie Delpy en “Antes de amanecer”. Bueno, quizá sí: Christina Rosenvinge cantando “Chas y aparezco a tu lado” con aquel gorrito guevariano.
También es verdad que a Julie, con los años, se le fue poniendo cara de arpía. Los años no respetan a nadie y acaban sacándote las vergüenzas. En las secuelas de “Antes de amanecer” -y no “Antes DEL amanecer”, como me empeño en escribir- Julie perdió el encanto de aquella francesita que paseaba enamorada por la noche de Viena. Julie seguía siendo guapa, claro, porque quien tuvo retuvo, pero su mirada se había vuelto extrañamente fría y atravesada. Sus palabras aún hablaban de amor con Ethan Hawke- un pedante y un plasta de campeonato, por cierto-, pero su rostro agripicante lo desmentía de continuo. En el atardecer de sus vidas, y en el anochecer de sus energías, aquel romanticismo de Viena ya no era más que un affaire de juventud.
Cada cual sufre su transformación como puede: a mí, por ejemplo, se me está quedando cara de memo, o de intelectual pasado de rosca. Parezco un cardenal italiano que lleva años estudiando teologías desligadas del mundo terrenal. Así que dentro de un mes, si el Señor así lo dispone, pasearé esta jeta por las calles de Viena persiguiendo el fantasma de Julie Delpy por las esquinas. Después de visitar la casa familiar del abuelo Sigmund -al que ya debo una visita de nieto pródigo- Julie será una excusa como otra cualquiera para patearme la ciudad.
Porque yo, en realidad, he regresado a la película para hacer un recorrido previo por Viena, no para recargar las pilas de mi romanticismo ya otoñal y decadente. Si buscas en la IA “películas rodadas en Viena”, “Antes del amanecer” es la primera que aparece. Pero luego, a la hora de la verdad, Viena sale muy poco, siempre de fondo, o de soslayo, y lo que se muestra es más bien recóndito y especialito, fuera de las rutas del turista simplón y poco dado a los rinconcitos.
La enseñanza que me llevo de la película es que habrá que ir con cuidado porque al parecer hay mucho sableador por las calles: gitanas que leen la mano, y poetas que te venden versos cursilones, y violinistas que te asaltan tocando sonatas de Mozart o de Schubert que prefieres escuchar en el hogar. Mucho plasta de cuidado.