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Antes del atardecer

🌟🌟🌟

“Antes de amanecer” nos llegó al corazón porque Ethan Hawke y Julie Delpy viven por encima del percentil 95 de la belleza. Y la belleza siempre nos cautiva y nos arranca la sonrisa. Aquella noche de Viena fue el encuentro mítico entre dos dioses griegos o dos actores de Hollywood. Hablo sobre todo de Julie Delpy, por la parte que me toca, que nueve años más tarde sigue siendo la francesa más hermosa que pasea por el Sena. Cuando sonríe, o cuando finge que se enfada, a Julie le salen unas arrugas en el entrecejo que a mí me dejan muy estupefacto, o turulato, y reconozco que pierdo un poco el hilo de su conversación. ¿La cosifico? No, para nada, porque yo soy su caballero enamorado.

En los trenes de Viena, como en los trenes de León, el flechazo sólo puede darse entre los campeones indudables de la belleza. Se necesitan espejos muy agradecidos y muy persistentes en el tiempo para estar seguro de que uno va a decir “Hi!, how are you?” y no va a recibirte una mirada de rechazo o una no-mirada de desdén. O un gesto internacional de ayuda dirigido al revisor... En cambio, por debajo del percentil 50 de la belleza, en los trenes sólo hay miradas furtivas y complejos que afloran con tintes de rubor. Nosotros, los desheredados del fenotipo, frecuentamos los cines o los sofás de nuestra casa para huir de la realidad y ver cuántos colorines tiene el amor de los bendecidos.

Pero es justamente eso, la belleza exultante de sus protagonistas, la que estropea el artificio romántico en “Antes del atardecer”. Sus conversaciones son el puro lamento de quien no tiene suerte en el amor: matrimonios fracasados, y rollos sin enjundia, y un hartazgo progresivo del amor.  Hora y media de quejumbres que producen más vergüenza ajena que interés en el espectador. Porque si ellos, que pueden escoger básicamente a quien quieran e ir desechando candidatos hasta encontrar por fin la felicidad, no paran de afirmar que el amor es una mierda decepcionante o una aspiración imposible, qué tendríamos que decir entonces nosotros, y nosotras, los que veníamos a esta función para soñar un rato con ser como ellos.





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Antes de amanecer

🌟🌟🌟🌟

Nunca vi una mujer más guapa que Julie Delpy en “Antes de amanecer”. Bueno, quizá sí: Christina Rosenvinge cantando “Chas y aparezco a tu lado” con aquel gorrito guevariano. 
 
También es verdad que a Julie, con los años, se le fue poniendo cara de arpía. Los años no respetan a nadie y acaban sacándote las vergüenzas. En las secuelas de “Antes de amanecer” -y no “Antes DEL amanecer”, como me empeño en escribir- Julie perdió el encanto de aquella francesita que paseaba enamorada por la noche de Viena. Julie seguía siendo guapa, claro, porque quien tuvo retuvo, pero su mirada se había vuelto extrañamente fría y atravesada. Sus palabras aún hablaban de amor con Ethan Hawke- un pedante y un plasta de campeonato, por cierto-, pero su rostro agripicante lo desmentía de continuo. En el atardecer de sus vidas, y en el anochecer de sus energías, aquel romanticismo de Viena ya no era más que un affaire de juventud. 

Cada cual sufre su transformación como puede: a mí, por ejemplo, se me está quedando cara de memo, o de intelectual pasado de rosca. Parezco un cardenal italiano que lleva años estudiando teologías desligadas del mundo terrenal. Así que dentro de un mes, si el Señor así lo dispone, pasearé esta jeta por las calles de Viena persiguiendo el fantasma de Julie Delpy por las esquinas. Después de visitar la casa familiar del abuelo Sigmund -al que ya debo una visita de nieto pródigo- Julie será una excusa como otra cualquiera para patearme la ciudad. 

Porque yo, en realidad, he regresado a la película para hacer un recorrido previo por Viena, no para recargar las pilas de mi romanticismo ya otoñal y decadente. Si buscas en la IA “películas rodadas en Viena”, “Antes del amanecer” es la primera que aparece. Pero luego, a la hora de la verdad, Viena sale muy poco, siempre de fondo, o de soslayo, y lo que se muestra es más bien recóndito y especialito, fuera de las rutas del turista simplón y poco dado a los rinconcitos.

La enseñanza que me llevo de la película es que habrá que ir con cuidado porque al parecer hay mucho sableador por las calles: gitanas que leen la mano, y poetas que te venden versos cursilones, y violinistas que te asaltan tocando sonatas de Mozart o de Schubert que prefieres escuchar en el hogar. Mucho plasta de cuidado. 



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Broken flowers

🌟🌟🌟🌟

En Broken flowers, Bill Murray es un macho alfa de edad otoñal que está dando sus últimos coletazos con las mujeres. Forrado de dólares gracias a sus negocios, vive un ocio permanente de música y televisión, paseos por el barrio y conversaciones con los vecinos. Aunque le descubrimos abandonado por su última conquista -una Julie Delpy tan guapa y resalada como siempre- Bill no parece muy afectado por la soledad. A los machos como él les basta con chascar los dedos para materializar otra mujer al instante, más guapa si cabe aún que la anterior. Antes de que la sustituta de Julie ocupe su lugar, Bill pone cara de mustio, coge postura fetal en el sofá y se dispone a sufrir dos o tres días de melancolía, como quien pasa una gripe, o una molesta migraña.

        Pero esta vez su tristeza va a ser más profunda. En una carta anónima enviada por una examante, Bill recibe la noticia de que es padre ignorante de un muchacho de veinte años, fruto de la antigua pasión. Y de que el retoño, emancipado y resoluto, piensa presentarse en casa para conocerle. A Bill, de repente, le caen los años como losas. Encanece en una mañana lo que no encaneció en dos décadas de fogosas aventuras. Había algo de autoengaño en esa paternidad nunca estrenada, como si  la juventud se preservara por sí sola a fuerza de no germinar  En fin, las cosas de Bill; las cosas de los machos triunfantes.

    Los que hemos vivido aventuras sexuales más bien lamentables, o no hemos vivido ninguna en absoluto, no vivimos preocupados por los hijos desconocidos que turbarán nuestra paz monacal. Nos descojonaríamos de la risa, si una despistada, o una picapleitos, apareciera en nuestra vida para acusarnos de una preñez, en una fiesta loca del trabajo, o en una madrugada confusa de los amigotes. Al contrario que Bill en Broken flowers, nosotros, los desheredados del folleteo, recordamos cada polvo y cada no-polvo con una memoria fidedigna. Por escasos, y por históricos. Vivimos muy tranquilos, en ese aspecto. Alguna ventaja habría que sacar de este celibato no consentido.



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