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La buena vida

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“La buena vida” es una película del año 1996 que hoy en día ya no se podría ni  rodar. Es posible, incluso, que el mismo David Trueba abjure de su ópera prima cuando le entrevistan en los medios comprometidos. Ser progresista en estos tiempos requiere estar muy atento a las preguntas. Y mucho más atento a las respuestas... Basta con soltar un matiz, una disensión, una opinión formada pero distante, para que la periodista te coloque el sambenito y las acólitas desfilen con antorchas encendidas frente a tu puerta. 

“La buena vida”, en el fondo, es tan inocente y tontorrona como un pirulí de caramelo. Pero ahora mismo, bajo los auspicios de la Nueva Inquisición, ya nadie se atrevería a rodar la historia de un adolescente no gestante obsesionado con el sexo. Sí, quizá, si el protagonista fuera un asesino como aquel chaval de “Adolescencia”, que es como ahora se percibe la sexualidad de los “violadores en potencia”: problemática y atravesada. Siempre al borde de la denuncia o del delito. Un tarado de cada 100 ha convertido a los 99 restantes en sospechosos habituales. 

En "La buena vida", Tristán Romero es un adolescente de toda la vida, medio listo y medio bobo, en el que podemos reconocernos los que venimos de la caverna educativa. Atrapado en un colegio de élite donde las chicas están proscritas porque distraen del estudio y del espíritu formativo, Tristán no tendrá más remedio que buscarse las habichuelas extramuros, allá donde los más guapos cortan el bacalao y no dejan para nadie ni las migas. 

Tristán, encerrado en su micromundo, cumplirá paso por paso todos los protocolos que siguieron los desheredados de la educación mixta: enamorarse de una profesora cañón y tentarle la suerte a una prima desinhibida. De manual, vamos. Falta la vecina del cuarto, que es otro clásico imprescindible, pero aquí la sustituye una prostituta muy salerosa. Lo que digo: motivo de escándalo y carne de cancelación.




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Krámpack

🌟🌟🌟

Para rematar sus actuaciones sobre el escenario, Ignatius Farray, el cómico que ha convertido sus propias taras en material de comedia, busca "chicos confusos" entre los espectadores para chuparles los pezones. Es una ocurrencia surrealista, estúpida, que nada tiene que ver con el discurso anterior de su monólogo (donde nada tiene que ver con nada, en realidad, porque Ignatius improvisa, desbarra, desnuda su alma, y lo mismo le sale una cacofonía de sandeces que un repertorio legendario de hallazgos).

    Al principio hay mucha perplejidad entre los asistentes, que venían preparados para descojonarse con un cómico peculiar y raruno, pero no tanto. Hay risas sofocadas, gestos de extrañeza, caras sonrojadas de "por favor, que a mí no me saque". Un incómodo compás de espera. Pero al final, para salvar la función, siempre hay un tipo que venía con los colegas y que se tira al ruedo porque ha bebido demasiado alcohol, o porque ha apostado una pasta gansa en el asunto. O porque es, verdaderamente, un chico confuso que busca probar una nueva experiencia. El caso es que Ignatius siempre se sale con la suya, y tras el lameteo pectoral, y su grito sordo de celebración, todo termina entre grandes carcajadas que alimentan su leyenda de comediante sin criterio.


    Y no cuento todo esto porque se me haya ido la pinza -que también-,  sino porque siempre que llega ese momento me acuerdo de Dani y de Nico, los dos amiguetes que en Krámpack también se chupan los pezones para echarse unas risas, y a veces, incluso, las pollas, en un juego homoerótico que no se sabe muy bien dónde les llevará.  Dani y Nico pasan juntos el verano en un pueblo de la costa, y allí, como son chavales simpáticos y bien parecidos, flirtean exitosamente con la muchachada femenina. Con las chicas salen en bicicleta, pasean por la playa, buscan rincones entre las rocas donde achucharse. Pero al final de la jornada, cuando regresan al chalet, la frustración se dibuja en sus rostros. Dani se queda con ganas de más sexo, cansado ya de los magreos sin continuación, y Nico, a quien en realidad las chavalas le importan un comino, se queda con más ganas de Dani, que es su amor verdadero. Así que ambos se acuestan en la misma cama y desnudos desfogan sus desencantos. El krámpack.




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